Editorial

EDITORIAL – Una temporada sin ideas y en un futuro, una Fiesta sin apoderados ni empresarios.

por José Carlos Arévalo

El toreo es un oficio peligroso, porque los toros pegan cornadas y algunas veces matan. El toreo es un oficio a la intemperie. Lo era antes, cuando los maletillas caminaban entre el hambre y la suerte. Y lo es ahora, cuando los alumnos se forman en escuela precarias, por lo general sin vinculación orgánica con el sector taurino, lo que se traduce en un abismo casi infranqueable entre la formación y la profesión. Por eso en el toreo se practica, desde siempre, algo parecido a la casi nunca justa selección natural.

La errónea selección natural

A la inversa de otros sectores, como los deportivos, donde se siembra, cuida y promueve la formación de alevines, con instalaciones cedidas y sufragadas por instituciones públicas, locales o estatales, o por entidades deportivas, todas dotadas de un personal docente bien cualificado y pagado, la iniciación profesional del torero es, por contra,una carrera de obstáculos impuesta por la penuria, la soledad y el desprecio iniciales. Torear sin ganar dinero o perdiéndolo, sufrir cornadas sin que trasciendan, triunfar sin que nadie se entere son las condiciones exigidas sin la menor contraprestación al insensato que quiere ser torero. ¿Por qué hay chavales que todavía pretenden serlo, si desde hace tiempo ya no da más cornadas el hambre que el toro? ¿Por qué hasta el día de hoy, la primera fila se engrosa con nuevos espadas, ante la comprensible inquietud de los ya consagrados y el incomprensible boicot de las empresas a las que sin embargo los recién llegados garantizan la continuidad del negocio? Un editorial de Mundotoro, publicado el 16 de los corrientes, argumentaba en defensa de los empresarios que la misión de estos es llenar la plaza, y si quienes la llenan son las figuras, pues a contratar a las figuras. ¿Pero sólo a las figuras? Pues pan para hoy y hambre para mañana. 

No sabemos si el hambre de mañana importa mucho a empresarios a los que la propiedad pública de las plazas les adjudica su explotación en ciclos ridículos, tan cortos que no permiten fases de promoción y consolidación de la clientela (inversión), ni mantener una relación de complicidad con el aficionado (fidelización) y acceder a una programación más plural y competitiva (incentivación). Porque seamos claros: ¿a quién disuade un cartel compuesto por dos figuras y un torero emergente que pone la tralla de la tarde?, ¿o quién rechaza una terna compuesta por dos figuras y un veterano maestro, cuya presencia da vitola al cartel?, ¿y por qué discriminar al torero local, si este triunfa en el cartel acompañado por dos figuras? 

Gran parte del empresariado taurino no puede responder con sinceridad a estas preguntas. Y en esa gran parte incluimos a bastantes empresas veteranas y alguna de las nuevas. A todos les tranquiliza el intercambio de cromos porque es un seguro para ellos, para sus poderdantes, para que la taquilla mantenga una facturación aceptable y para que nada suceda fuera de su control. Triste. E improductivo. Porque la gente hila fino y se huele el tongazo. En el momento actual de acoso, boicot y censura mediática a la tauromaquia, pero con un escalafón rico en buenos toreros y la ganadería de lidia en una fase de excepcional bravura, resulta imperdonable la mediocridad empresarial que si procura cierta vidilla en el presente, asegura un futuro muy problemático. 

La ciudad sin ley

Que el orden taurino admita los caprichos a la defensivade los bien situados como una de las reglas del juego explica el consejo pragmático pero no ético que Camarádio a Paquirri cuando comenzaba a funcionar: “Aprende a ser yunque para cuando seas martillo”. Tal pragmatismo, que puede ser válido para el torero en lucha, resulta contrario a los intereses generales de la Fiesta, sobre todo en tiempos difíciles, con la tauromaquia absolutamente expulsada de los medios de comunicación de masas, atacada por el movimiento animalista desde fuera de España y en la propia España y últimamente amenazada por ministros del gobierno de la nación. Pero cuando la sinrazón se convierte en norma, la Fiesta está labrando su propia destrucción. En el toreo hay una frase que se asume como un dogma: cada uno está donde tiene que estar. Y solía ser cierta, pues si bien es verdad que la suerte no suele ser equitativa -la cornada a destiempo o el mal lote en el día clave o el triunfo superior de otro colega al triunfo propio-, también lo es que torear es hacer la suerte. O sea, no tenerla sino hacerla. Y hacerla mejor que los demás. Pero si repasamos el actual escalafón de toreros, el axioma se tambalea. Porque no son todos los que están situados y sí hay algunos que lo son sin estarlo. Se dirá siempre fue así, lo que es cierto, pero no tanto como ahora. En otro tiempo, no muy lejano, el sector taurino estaba mejor estructurado. El empresariado era más plural, lo que fue doblemente beneficioso para la Fiesta. Por una parte, los empresarios se vinculaban más a sus plazas y a sus aficionados, de manera que la ciudad se sentía identificada, representada por su coso taurino; y por otra, el mayor número de empresarios permitía la actividad de un gran número de apoderados, profesionales decisivos, descubridores de nuevos valores, sus primeros mentores y maestros, conocedores del toro y del toreo, y expertos en la negociación con empresarios de muy distinto talante e intereses, además de listos especialistas en promover la imagen pública y taurina del torero. Que sepamos, ningún empresario ha descubierto y lanzado a un torero. Casos como el de Belmonte, lanzado por su peón de confianza, Calderón, y mucho más tarde exclusivizado por Pagés, o el de El Cordobés, lanzado por el Pipo y a la postre apoderado por la casa Chopera, aunque en descargo de esta se debe reconocer que lanzó a un torero histórico, Paco Camino. Y si no han llegado las cosas a la situación de México, donde una sola empresa, que monopolizaprácticamente todas las plazas de la gran temporada, convirtió hace ya tiempo a los toreros en empleados autónomos y así les va, por estos lares no se ha llegado a ese extremo, pero nadie parece interesado en corregir la atonía de la Fiesta provocada por el aburrido gazpacheoderivado del oligopolio que hoy maneja la gran liga del toreo: cambio de cromos, ciclos cortos en la gestión de plazas (o sea, coge el dinero, si lo hay, y corre), garantía de contratos a toreros situados a cambio de cifras razonables, son cosas que suceden entrebastidores del toreo. Pero el olfato de la gente es fino y una programación previsible desmoviliza el interés porque suena a tongo.

Hay un dato que se debe retener: la pérdida de fuerza taquillera de las novilladas coincide con la desaparición del apoderado, un profesional que además de sus conocimientos estrictamente taurinos, mantenía una asilvestrada pero eficaz comunicación con la prensa, incluso con los cineastas, y era el verdadero creador del “torero-novedad”. Potenciaba, como nadie lo ha hecho, los resortes más íntimos de la personalidad de novilleros que, tras unos cuantos festejos, se convertían en toreros carismáticos. Al menos en el arranque de su andadura profesional. 

¿Por qué ha desaparecido esta figura esencial para el funcionamiento de la Fiesta? Los norteamericanos, que son los adalides del libre mercado, mantienen activa la Laley antimonopolio y, por ejemplo, al productor de películas le estaba prohibido explotar las salas de cine. Pero en el mercado taurino, desestructurado de siempre, reina la ley del oeste. O sea, ninguna. Tardíamente, las empresas han tomado nota. Y con buena voluntad han incluido la novillada en la ferias, lo que es muy loable, pero no la solución.Además en las ferias sin un abono fuerte, la pérdida de interés que suscita este espectáculo, antaño muy querido, provoca plazas vacías, como la de Valencia en su novillada de la actual Feria de Julio. 

¿Qué hacer? Para empezar habrá que replantear una reforma drástica de la tauromaquia de base, un segmento vital de la Fiesta hoy prácticamente demolido por la kafkiana burocracia que asfixia al toreo en las plazas rurales. Pero el problema tiene tantos flecos que no basta un artículo para analizarlo. Las Escuela taurinas dan una buena formación técnica a sus alumnos, pero no saben sacar de cada uno el torero escondido que lleva dentro. Los ciclos que organizan amparados por Comunidades autónomas carecen de mensaje para un público que lleva alejado de las novilladas más de dos décadas, amén de que al montar los ciclos de novilladas con dinero público se ha cargado al pequeño empresario rural, todo lo limitado y romántico que se quiera, pero que era vital para el edificio de la tauromaquia. Así que por partes, y a su debido tiempo, iremos comentando tan fundamental cuestión para el futuro de la Fiesta.

Salir de la versión móvil