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EL AFICIONADO – EL REJONEO, Mi visión desde la andanada

Por Miguel Cid Cebrian

Cuenta el famoso Pepe Illo, en el capítulo tercero de su obra “Tauromaquia o el arte de torear”, que “la suerte de poner rejones a los toros, merecía por su antigüedad y nobleza ocupar el primer lugar de esta obra”. Y viene ello a cuento de la corrida de rejones celebrada en Las Ventas el 29 de mayo último y en la que en un espectacular mano a mano Lea Vicens y Guillermo Hermoso de Mendoza, ya que causó baja por lesión su padre Pablo, dieron una auténtica lección del arte del rejoneo.

La plaza estaba a rebosar con el cartel de no hay billetes, como las grandes tardes del toreo y, sobre todo, con gran cantidad de público juvenil e incluso infantil, lo que augura al menos en esta suerte un futuro esplendoroso.

Faltaron, claro está, muchos aficionados del toreo a pie, pero debe recordarse que el rejoneo también es toreo y, si se hace bien, tan difícil y comprometido como el otro.

En este ambiente, los salmantinos toros del Capea en sus tres hierros lucieron, salvo alguna excepción, un magnífico comportamiento, ya que como acertadamente se dice “el esfuerzo que se pide a los toros en las corridas de rejones es en ocasiones superior al que se requiere de los animales lidiados a pie”, y de ello dieron fe los encastados Murube-Urquijo.

Tanto Lea, magnífica caballista, como Guillermo, triunfaron plenamente y salieron por la puerta grande después de cortar respectivamente dos y tres orejas. Con alguna generosidad es cierto, pero como dice mi amigo y gran aficionado japonés Keiji Obayashi, que viene desde su país a ver toros todos los años, “si no hay orejas no hay alegría, y eso es muy importante para que la Fiesta siga pujante”.

La belleza y destreza de los caballos fue espectacular y la habilidad de sus jinetes ante los toros del Capea igualmente sensacional, siguiendo la ruta de los grandes rejoneadores como Los Peralta, Vidrié y Moura, entre otros afamados caballistas.

Uno, que ya tiene años, recuerda sus comienzos como aficionado en su ciudad natal viendo y admirando al Duque de Pinohermoso y a una rejoneadora argentina que se llamaba Marimén Ciamar que, aunque no fueran grandes figuras de rejoneadores, se quedaron grabados en mi memoria infantil, que es la base de los sentimientos futuros, como dijo el poeta Francisco Brines, “la memoria es la infancia”. Y mi memoria de aficionado es esa, la del rejoneo de principios de los años 50, en concreto en 1952, en el que Marimén alternó con José Navarro, Joselito Torres y Jumillano, en una plaza portátil levantada a tal fin 

En suma, si como se dice en el programa de la plaza estamos “en esta auténtica Edad de Oro del rejoneo que vivimos hoy”, la corrida del día 29 de mayo así lo ha puesto de manifiesto. 

Y como esta semana he estado en Pamplona, donde ya se preparan los Sanfermines, dejaré para la próxima mi visión desde la andanada de la semana torista que se avecina.

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