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EL APODERADO – El apoderado

En el siglo XVIII, cuando los toreros importantes dejan de ser empleados de las Maestranzas y se convierten en artistas autónomos que viven del mercado, Pedro Romero inventa la figura del apoderado. Lo hizo para negociar con la Junta de Hospitales que gestionaba la plaza de la Puerta de Alcalá en Madrid. No conforme el maestro rondeño con los honorarios que se le proponían y convencido de que era difícil negociar con quienes habían sido sus antiguos señores inventó la figura de un intermediario que defendiera sus intereses. Tan bien lo hizo el designado que la Junta, escandalizada, apeló al Rey para que la auxiliara en la negociación. Y el acuerdo terminó sellándolo el monarca, quien concedió al representante de Romero todo lo que pedía.

Sin embargo, no se tienen noticias del apoderado como uno de los protagonistas de la Fiesta hasta que surgieron los taurinos influidos por el primer actor global de la tauromaquia, José Gómez “Galllito”, que marcó pautas en la empresa, la ganadería y el toreo. Estos dos taurinos fueron dos toreros por él apadrinados, Domingo Gonzalez “Dominguín”  y Manuel Flores “Camará”, duo al que se debe acoplar a Eduardo Pagés, genial taurino catalán y primer exclusivista del toreo (por cierto, de Juan Belmonte).

Antes, durante todo el siglo XIX, que en el toreo termina cn la Edad de Oro, no hubo verdaderos apoderados sino simples administradores que llevaban las cuentas pero no se inmiscuían en la política taurina. Con Dominguín, primero (años 20, Cagancho, Ortega), y Camará, después (años 40, Manolete), la figura del apoderado define sus funciones. Son tan amplias y opuestas entre sí que los grandes del apoderamiento no superan la docena. En efecto, sus conocimientos deben abarcar los siguientes campos: 1º. El toro, todos sus encastes y todas las ganaderías, el toro de cada plaza y el toro de su torero. 2º. El toreo, su técnica, su expresión artística y el toreo de su torero. 3º. El torero, la psique del torero en todas sus fases (formación, competencia, consolidación), en todos sus condicionantes (el miedo, el dolor, el triunfo, el fracaso). 4º. La empresa, su poder y sus límites, la colaboración y la exigencia. 5º. La comunicación. Difusión de la imagen exacta de su torero, la que este debe transmitir en el ruedo y en la calle, la que provoque la colaboración mediática. Y 6º. La madurez. Ser más listo que su torero pero saber que la jerarquía de éste es superior a la suya.

La figura del apoderado es tan poliédrica que son pocos los que en los últimos cien años podrían cumplir todos los flancos de conocimiento exigidos por su singular oficio. Una profesión defenestrada a partir de la deriva hacia el oligopolio empresarial de la Fiesta estimulado por los pliegos adjudicatarios de las plazas. El último gran apoderado independiente que ha influido decisivamente en el toreo y en la Fiesta ha sido Enrique Martín-Arranz, creador de la Escuela de Tauromaquia de Madrid y director de las carreras de Joselito, José Tomás y Pablo Hermoso de Mendoza.

Tiempo habrá de hablar de los apoderados figura, figurones y figuritas.

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