EL GANADERO – Justo Hernández, a la vanguardia de la bravura
EL JULI Y JUSTO HERNANDEZ EL DIA DEL INDULTO DE ORGULLITO EN SEVILLA EN LA FERIA DEL 2018
Justo Hernández, a la vanguardia de la bravura
Juan Pedro Domecq Díez dijo que la bravura del toro es “la capacidad de embestir hasta la muerte”. Pero no dijo cómo embestir. Ningún reproche. Se le preguntó el hecho no la manera en que suceda. A Justo Hernández, propietario de la muy demandada ganadería de Garcigrande, le preocupa menos que sus toros embistan hasta la muerte –será que lo da por supuesto-, lo que ocupa su mente y condiciona su trabajo es cómo embisten hasta su final.
El tema no es baladí. Desde hace tiempo apasiona detectar el juego de los “garcigrandes”. Al principio desconcertaba. Desde todos los puntos de vista. Para empezar, sus hechuras terminaron por hacerse más bastas que las de sus ancestros “juampedristas”. Y luego extrañaba su locuna informalidad en los dos primeros tercios: apretaban en varas, después se iban. Tardaban en centrarse con los engaños, su movilidad era tremenda, también en banderillas. Pero en el tercio de muleta, si se los sabía torear –no eran fáciles- terminaban por responder a los toques, al trazo muy obligado de la pañosa, con una transmisión emocionante, con un celo sediento tras la geometría muy obligada de los pases, describiendo unas trayectorias obligadísimas, impensables en un cuadrúpedo grandón y sobrado de energía. Claro que en esta segunda fase de los pupilos de Justo, la hechuras habían adquirido una funcionalidad biodinámica notable: un cuello largo, unos ojos muy bien colocados, una culata fuerte, que se traducían en una fijeza asombrosa y unas embestidas con un ritmo sostenido y muy vibrante.
Fue entonces cuando los “garcigrandes” hicieron el avión al perseguir el engaño. Sí, ya lo sé, planear tras la muleta en largos viajes es algo que mucho antes habían conseguido los “jandillas” de Fernando Domecq cuando Paco Ojeda les impuso el toreo ligado en redondo por los dos pitones, y más tarde, Álvaro Núñez Benjumea con los “cubillos” de su padre, cuya cumbre fue una faena de Alejandro Talavante en Zaragoza. Pero la búsqueda de Justo ha supuesto un paso más. Evidentemente, tuvo la fortuna de encontrar en su camino la asombrosa compenetración lograda por El Juli con su toro. Actuaba con apariencia de milagro, porque el vigor apabullante, muy ofensivo del “garcigrande”, se transformaba como por arte de magia en una obediencia sinuosa, como de reptil, a su toreo obligadísimo, insoportable para la bravura menos potente de otros hierros, y sin embargo fiel, resistente, entregadísima, imantada con una precisión de alto calibre a la exigente tauromaquia del tiránico –para el toro- maestro madrileño.
La tauromaquia es un arte que evoluciona en silencio, sin que la crítica suela detectarlo, sin que los aficionados lo registren hasta pasado el tiempo. Pero los profesionales toman nota casi al instante. Los toreros, reclamando torearlos. Y los ganaderos del mismo encaste, adquiriendo sementales y vacas.
Ahora, cuando el encaste Domecq casi se ha convertido en algo así como el “vistahermosa” del siglo XXI, la ganadería de “Garcigrande”, por su bravura enrazadisima, se yergue en la vanguardia del toro de lidia.