por José Carlos Arévalo
La Tauromaquia, la Fiesta o el Toreo, como se la quiera llamar, vive hoy encerrada en un gueto. Su desaparición de los medios de comunicación de masas (televisiones, para entendernos), su esporádico, breve y hasta caprichoso tratamiento en los medios escritos (hago excepción de El Mundo y La Razón) han alejado el toreo de la sociedad española. Ni siquiera el rabo cortado por Morante en la pasada Feria de Sevilla -posiblemente la obra de arte más notable en lo que va de siglo- mereció un trato mediático comparable al de cualquier evento deportivo, grande o irrelevante.
Los responsables de la Fiesta deberían estudiar seriamente las causas de este silencio informativo que no se corresponde con la fidelidad de los públicos a este todavía espectáculo de masas, mal que les pese a los antitaurinos. Porque si en algunas regiones del mapa taurino español, la gente hace caso omiso y va a los toros, hay zonas, hasta hace dos o tres décadas florecientes, como todo el norte de España, que ahora muestran aforos sorprendentemente anémicos… incluso en carteles que anuncian a toreros de mucho interés.
Pero, ¿quién puede interesarse en espadas a los que desconoce? De estos solo saben los aficionados, que son una parte, y no la más numerosa, del público. Dicha afición mantiene su fidelidad al espectáculo gracias a que busca la información en los medios digitales, o “bichea” en la redes, núcleos endogámicos, no abiertos a todos los públicos como los grandes medios, los que desde el comienzo de las corridas de toros, la propagaron hasta finales del pasado siglo.
¿Qué hacemos los periodistas taurinos ante el reto de dar al toreo la cobertura que merece? Por lo general conformarnos con nuestra con nuestra precaria situación. Ni el alud de cornadas de este verano sangriento, con los ases más relevantes pertinazmente corneados, ha merecido mayor tratamiento, no ya en valoración sino acercando a la audiencia la apasionante trama que protagonizan los toreros, hoy diestros de alto nivel, pero héroes semi anónimos, injustamente marginados.
Ante tan continuada y anómala situación, miren ustedes por dónde, la reacción más destacable de nuestra nómina profesional es la de poner en evidencia su alta sensibilidad, su superior conocimiento del arte de torear demostrando a los públicos que no tienen ni idea, eligiendo como chivos expiatorios a los toreros triunfadores, a los que apasionan, a los que triunfan, a los que hacen Fiesta. Algunas críticas de las ferias del Norte son, en este sentido, patéticas. Lo que se ha leído sobre Castella, Talavante y Roca Rey no solo es falso sino ridículo. Menos mal que el tiempo es un señor que pone a todos en su sitio.
Última reflexión: a los críticos exquisitos les gustan los toreros artistas. A los públicos y a los aficionados, también. Peor no olvidan que el toreo es el arte de lo sublime. O sea, la belleza trascendida por la emoción trágica. Morante, que artista y se la juega, que es su torero, y también el nuestro, debe quedarse pasmado… si es que los lee.