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EL TOREO – Año 22, la temporada del temple

Foto de El Juli en la corrida de la Quinta. Fotos Alberto Simón / PLAZA 1Alfredo Arévalo / Arjona / Lozano

por José Carlos Arévalo

Pocas temporadas aportan un sello diferencial . El del año 22 ha sido el de torear con temple. Se objetará que el temple lo inventó Belmonte hace más de cien años. Y que con temple han toreado todos los toreros buenos. De acuerdo… pero este año más que nunca. Al menos así lo registra mi subjetiva memoria taurina. 

Tal vez se deba al toro de nuestros días. Más fijo, más equilibrado en fuerza y bravura, mejor picado (siento escandalizar a muchos aficionados, pero he visto entre los picadores una mayor voluntad de picar que de castigar) y con un fondo más ofensivo que defensivo (no en muchos toros, pero sí en bastantes). Sí, he visto embestidas más largas, más consumadas. ¿Subjetivismo triunfalista? No, sinceridad menos quejumbrosa de lo habitual.

Pero no creo que sea únicamente el toro que algunos ganaderos han logrado criar. Sin demeritar el avance genético y de manejo conseguido por el ganadero actual, tan injustamente criticado y tan indefenso ante la demoledora lidia que se plantea a sus pupilos, opino que gran parte se debe a la importante evolución del toreo. Nunca se ha toreado con tanto temple. Tan despacio, tan largo y tan reunido. Con tanta cadencia a toros importantes, a toros picados con ajustada medida.

Pero el temple no lo regala el toro, ni comienza, como dice el tópico, en el brazo del picador. El temple es un sentimiento y tiene una técnica. Exige la colocación del torero en el sitio exacto, a la distancia exacta, con la presentación exacta del engaño y el valor exacto para torear con las pulsaciones controladas. El temple exige que el torero se desdoble, que toree y se mire torear, que sea espectador de sí mismo, el primero de todos, como si quisiera eternizar ese instante de suprema conjunción 

Las estadísticas dirán lo que quieran. Pero más allá de las orejas y de los triunfos, lo que todos los públicos han elegido este año es el temple. Por eso, no por las cien corridas, este es el año de Morante. Y de Pablo Aguado. Y de Tomás Rufo. Y también, a pesar de su fragilidad, de Juan Ortega. Y sobre todo, de El Juli. Y además, de Roca Rey, que cuando estaba harto de cortar orejas, mediada la temporada, toreó con tanto temple como el que más, y siguió cortando orejas.

Pero como no puedo dimitir de mi sincera subjetividad, elijo las dos faenas de El Juli a dos toros de La Quinta, en Madrid. Una se la regaló el toro, la otra se la impuso al otro toro. Fueron la cumbre del temple.

Y para terminar, dos preguntas y una conclusión: ¿Quién descubrió que los toros guardaban embestidas completas, que permitían parar, templar y mandar, Belmonte o los ganaderos que ya habían transformado la agresividad del toro en bravura? ¿Quién ha hecho posible el temple actual del toreo, los mencionados diestros o los ganaderos que han logrado la fijeza y la entrega absolutas del toro? Concluyo: el aficionado no es un sabelotodo quejumbroso sino el que se da cuenta y disfruta el toreo de su tiempo.        

PABLO AGUADO
JUAN ORTEGA
DIEGO URDIALES
MORANTE DE LA PUEBLA
UCEDA LEAL
TOMÁS RUFO
ROCA REY

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