El Toro

ENSAYO – La bravura y el toreo

El toreo es una historia del arte. Lo es desde que el juego con el toro dejó de ser una artesanía y se hizo arte. Sucedió hace muchos años, posiblemente cuando Costillares, Pedro Romero y Pepe-Hillo imprimieron a las suertes su sello personal, intransferible.

Fotografía: Alberto Simón

El toreo es una historia del arte. Lo es desde que el juego con el toro dejó de ser una artesanía y se hizo arte. Sucedió hace muchos años, posiblemente cuando Costillares, Pedro Romero y Pepe-Hillo imprimieron a las suertes su sello personal, intransferible. No hicieron como el artesano, que repite, sino como el artista, que modifica y recrea. Por supuesto, la tauromaquia no es solo una obra humana, ni siquiera el evolutivo arte de torear, un arte singular porque su evolución no solo es obra del hombre, también lo es del toro. ¿Del toro? ¿De un animal irracional? Seamos rigurosos. La historia de la tauromaquia la hacen los toreros, que crean y hacen las suertes, y también los ganaderos, que inventan y desarrollan la bravura. Sin embargo, el rigor nos exige conceder al toro su parte. Pues si el ganadero crea la bravura en ese laboratorio genético que es la ganadería de bravo, es el toro quien la plasma en el ruedo. Bravo sin saberlo, no obstante es bravo, o fiero. O mansurrón, o avisado, o noble, o soso, o codicioso. Él no lo sabe, pero es todas esas cosas. Y en la evolución del arte de torear tiene su parte de autoría.

El origen del toreo es impreciso. Por lo que planteo un punto de partida convencional: la fundación de la lidia. Cuando Costillares, lidiador y artista, decide que ésta se divida en tres tercios, el primero para picar, el segundo para banderillear y el tercero para matar; cuando Pedro Romero impone  un principio de temple en el toreo y en la lidia; y cuando Pepe-Hillo revela que al valor se puede unir la gracia. Tres aportaciones fundacionales que debieron estar motivadas por el toro de su tiempo y se desarrollaron en la medida que éste lo permitió.

Por ejemplo, el largo repertorio capotero se expandió a partir de aquellos años y durante todo el siglo XIX porque le toro lo permitió con su fuerte agresividad e insuficiente bravura. Cubría mucha plaza con dinámica movilidad y poco empeño, y como costaba pararlo y atemperarlo con muchos y brevísimos puyazos a caballo en movimiento, el primer tercio era entonces el mas largo de la lidia. El toreo se ejecutaba prácticamente con la capa, y el tercio de banderillas, situado en el centro de la lidia, también ofrecía una extensión considerable. Llegaba el toro fatigado en exceso al segundo tercio, pero las carreras con la cara levantada impuestas por la suerte de banderillear favorecían su respiración, oxigenaban su musculatura y lo reavivaban. No por mucho tiempo, pues poco bravo y agotado en el largo primer tercio, en el segundo se solía mostrar a la defensiva, lo que dio origen a una gran variedad de suertes: de poder a poder con los bravos y fijos, al cuarteo con los un poco más parados, al quiebro con los que necesitaban el amparo de la línea recta de los tableros, al sesgo con los aquerenciados en tablas, a la media vuelta con los muy avisados y a topacarnero con los quietos como toros de Guisando. El toreo surge tanto de las prestaciones como de las carencias del toro.

Continuará…

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