Si hablamos de buenos toreros, nunca hubo tantos al mismo tiempo. Ni tan infravalorados por la afición, ni tan desconocidos por los públicos.
El ataque más grave a la tauromaquia es un silencio astuto que no la ataca pero la invisibiliza. Ya no merece la pena censurarla porque los grandes medios la silencian. Ya las animalistas no claman frente a las plazas con las tetas pintadas de rojo. Ahora el antitaurinismo ha descubierto su arma más eficaz: el silencio informativo. Que Morante ha puesto a Sevilla y Madrid bocabajo, a callar. Que hoy la Fiesta disfruta de una primera fila que cuaja grandes faenas a toros con cinco y seis años, a callar. Que la pandemia ha puesto al toro de lidia en peligro de extinción, a callar. Que el gobierno de la nación discrimina a la tauromaquia en sus ayudas a las artes, los espectáculos y los deportes, pues a callarse, coño..
¿Quién descubrió el silencio como el argumento antitaurino más poderoso? ¿Dio alguien la orden de excluir la información taurina en las televisiones generalistas? Si buscamos manos negras o influyentes antitaurinos, nos equivocaremos. Mejor preguntémonos qué hemos hecho, taurinos y periodistas, para que la Fiesta haya sido discriminada. Lo prometo, seguiré busando qué motivó de la ley del silencio.
Sin ir más lejos, las dos últimas temporadas, las de los años 18 y 19, magníficas, quedaron sin evaluar. Y tampoco se ha visto una valoración de la corta, dislocada, pero muy intensa campaña de este año, la del cinqueño pasado y las faenas memorables. En la prensa escrita, la informacion es fragmentaria, y en los medios televisivos de masas, nula. Y sus consecuencias, palpables. Los toreros son héroes anónimos, solo valorados por la afición y desconocidos por el gran público, el que termina de llenar las plazas. Por eso, hoy hacen falta tres figuras en el cartel para la taquilla funcione. Y cuando funciona no da para pagar a los tres fenómenos.
¿Se puede corregir la anómala desinformación que padece el segundo espectáculo de masas en España, al menos hasta que llegó la pandemia del coronavirus? El reto es grande para el informador taurino. Ha de revertir la herencia que recibió de sus mayores, aquellos críticos regeneracionistas que enfatizaron lo malo e infravaloraron lo bueno y convencieron a sus redactores-jefes de que la corrida de toros era un espectácuo moribundo. Tal vez si sus descendientes contaran sin complejos lo que de verdad pasa en los ruedos, lo malo y lo bueno, sus jefes se lo pensarían y otro gallo nos cantara. Hoy por hoy, el enemigo mayor de la Fiesta no es el relato antitaurino sino el inconsecuente silencio informativo que ha recluido a la tauromaquia en un gueto, precisamente cuando el arte de torear goza de buena salud y el toro es más bravo.
J. C. Arévalo