Toro "Duplicado" de Victoriano del Rio, nº145, cárdeno salpicado, 556kg, nacido el 03/17. Fotos Plaza 1 / Las Ventas
LA LIDIA DEL SIGLO XXI (2)
Por qué el toro bravo tiene derecho a nombre propio
El toro nos cuenta quién es desde que sale al ruedo. No es consciente de sí mismo, pero su comportamiento en la lidia lo sube de categoría, lo individualiza, casi podríamos decir que lo personifica, porque ningún toro es igual a otro, y lo diferencia del resto de los animales, que son seres genéricos, sin individuación, salvo la que otorga el hombre a unos pocos, al perro por amistad, al caballo por complicidad. Por eso, el toro tiene nombre propio, como las personas. Se podrá aducir que dicha individuación le viene otorgada por necesidad selectiva, por su linaje genético, el que ordena el ganadero al segmentar la población de su ganadería en familias comandadas por la madre, las llamadas reatas, en las que la madre transmite su nombre a los hijos. Por ejemplo, el hijo de la vaca “música” se llamará “músico”. Y si es cierto que el origen genético del toro le confiere un inicial principio de individuación, todavía se trata de una denominación genérica, la de su familia, lo que equivale más a un apellido que a un nombre. Solo la lidia, gracias al comportamiento único e intransferible de cada toro durante los tres tercios, legitima su nombre propio, Pero el antropomorfismo taurino no falsifica al animal, como los mitos o la literatura, sobre todo la infantil. Puede “humanizar” por analogía al toro cuando adjetiva su conducta en la lidia. Dirá que el toro es bueno, malo, resabiado, noble, un barrabás o una hermana de la caridad, pero nunca perderá su identidad animal. El toro en el ruedo es algo más que un animal pero jamás deja de serlo durante esa lidia asombrosa que lo individualiza.
La lidia es un método etológico que descubre el carácter individual de cada toro. No su carácter ético, moral o sentimental, que no lo tiene porque carece de consciencia. Lo sabe bien el público, que jamás acusa de asesino al toro que mata a un torero, o lo hiere. Pero inteligencia biofuncional si la tiene. Y la expresa en acciones geométricas –embestidas- que van revelando minuciosa, prolijamente hasta los recovecos más íntimos de su carácter a lo largo de la lidia.
A partir de ese ataque geométrico que es la embestida nace el toreo como un arte imaginario que da paso a varios fenómenos. El combate del toro se convierte en una síntesis de combate: es la geometría de una lucha más que una lucha misma. Es un principio de irrealización. El toro ya no es una entidad zoológica sino un ser imaginario creado por las sensaciones que nos produce: esencialmente, la de ser una promesa de muerte.
El torero crea al toro
Pero esa embestida que promete la muerte no le pertenece. El toro sabe atacar, pero no embestir. La embestida se la extrae el torero, el receptor de su violencia, el destinatario de la muerte. Él la engendra y la dibuja. Y con ella crea un lenguaje visual, cuya lectura sucede en tres planos: el etológico, que evalúa y controla los rasgos caracteriológicos (biodinámicos) del toro; el dramático, que interpreta el mito del hombre y la bestia mientras resuelve los embites de la muerte; y el artístico, que ilumina estéticamente la embestida creando sobre la violencia activa del animal un lenguaje versificado, poético, una abismal armonía de los contrarios en la que, acoplados, se someten a una coreografía paradójica, una inefable armonía exterior en la que subyace una lucha letal. Es la sublime danza de la vida y la muerte, trenzada por dos seres desposeídos de su verdadera identidad, el torero es ya el hombre primigenio, intérprete de una vida superior, la vida iluminada en acto de creación frente al peligro, y el toro, la encarnación´de la furia y el caos, una metáfora viva de la naturaleza en su fase agresiva, la muerte. Cuando el torero mata al toro, final coherente con las premisas narrativas de la lidia, no mata a esa entidad zoológica llamada toro, sino a la muerte que encarna.
La representación, o mejor dicho la reencarnación del primer combate del hombre con la naturaleza, es la narración propuesta por la lidia, un arte escénico fascinante, surgido en el XVIII, el siglo de la Ilustración, basado en un método, la tauromaquia, e interpretada por un género poético, el toreo, sobre una misteriosa materia prima, la bravura. La lidia es la gran fundación del nuevo arte taurino, se forja y evoluciona en España y germina vertiginosamente en los países que ya jugaban al toro. En América y en Europa. Pero de su fascinante evolución no tratan estas líneas, sino de la encrucijada tauromáquica en que ahora se encuentra. El próximo capítulo versará sobre los útiles del toreo, prótesis instrumentales decisivas para que la evolución de la lidia, la bravura y el toreo no se detengan. La trascendencia de los útiles sobre el arte de torear, la expresión de la bravura y la ética de la tauromaquia es mucho más determinante de lo que piensan los actores y los aficionados taurinos.
José Carlos Arévalo
Próxima entrega:La lidia del siglo XXI (3) (Los útiles)