Las empresas taurinas tienen los pies de barro. Gestionan una plaza por dos años, o tres, o cuatro. Y a la calle. Esta congénita provisionalidad les impide consolidar equipos permanentes, altamente especializados, imposibilitados de afrontar los problemas que se ciernen sobre la Fiesta, que son, exactamente, sus problemas.
En consecuencia, no hay verdaderas empresas sino empresarios. Unos buenos y otros malos. Pero todos ellos dependientes de lo que quieran o propongan propietarios de distinto caríz: plazas de propiedad pública, privada o de instituciones benéficas. Se podría concluir que estos se arrogan derechos propios de quienes son algo más que caseros. Y lo hacen por dos razones. La primera es histórica, en sus orígenes los propietarios de los cosos eran también sus gestores, y la segunda se deriva de la incapacidad que todos los actore de la tauromaquia muestran para constituirse como un sector más de la industria cultural, con capacidad para reglamentar el espectáculo y regular la actividad de todos los gremios que lo conforman.
En todo caso, y sin esperar la por hoy utópica estructuración del sector, el empresariado debe plantearse con urgencia los retos incuestionables que afectan a la empresa taurina y en consecuencia a toda la Fiesta:
– Racionalización de las cargas económicas y trabas burocráticas impuestas a la tauromaquia de base, que atentan contra su futuro y, por tanto, contra la continuidad de la Fiesta.
– Drástica revisión de los pliegos adjudicatarios en tres planos fundamentales: la valoración económica del coso correspondiente (desmesurada en casi todos los casos), los plazos de adjudicación (impropios para una gestión que debe fidelizar y potenciar su mercado), y la supresión de la cláusula que exige experiencia en la gestión de cosos de la misma categoría (contraria a derecho en España y en la Unión Europea y causa del freno a la renovación empresarial del sector).
– Arbitrio de una nueva acción empresarial: la comunicación como parte esencial de la gestión de la empresa taurina. El cerco de silencio mediático cernido sobre la tauromaquia (exclusión informativa de la Fiesta en las televisiones generalistas) es un ataque más eficaz que el alud antitaurino provocado por el relato animalista.
– Estudio de la temporada taurina: un ordenamiento que potencie las Ferias, base de la programación del toreo, y explicite la narrativa –la intriga- de cada temporada de acuredo con una normativa basada en los resultados, sin que ello mediatice la libertad programadora del empresario.
– Concitar en torno al empresariado a todos los sectores de la tauromaquia con el fin de estudiar un nuevo orden taurino.
Máxima: Ningún sector de la economía puede desarrollarse sin empresas consolidadas.