Si es cierto que conocer el pasado ayuda a entender el presente, en el asunto que nos ocupa, el toro de Coria, lo considero ineludible e inexcusable. Retrocedamos en el tiempo un par de milenios para poder así coger el hilo conductor que nos guie a través de la historia hasta la situación actual en la que se encuentra esta manifestación cultural, este rito, que es el toro de Coria.
Al norte de la provincia de Cáceres, en el valle del Alagón, en los asentamientos previos a la antigua Caura, la historia trata de una población de más de dos milenios de antigüedad; Coria está considerada como una de las diez ciudades más antiguas de España.
Los vetones, pueblo prerromano de origen celta y antiguos pobladores del área comprendida entre los ríos Duero y Tajo, de clara vocación guerrera y ganadera, fueron los primeros pobladores conocidos y fundadores de la antigua oppidum fortificada de Caura, en torno al siglo VI antes de Cristo. Hicieron descansar su religión y su arte en el “zoomorfismo”, rendían culto al toro y sembraron su territorio de esculturas toscas de piedra o “verracos”, muchos de ellos eran toros. Quizá sean estos rituales célticos de origen pagano, donde se conjugaba la magia y el mito, con el sacrificio y el fuego, el germen del cual brotó la raíz primigenia de lo que hoy conocemos como la fiesta del toro de Coria.
No puede afirmarse a ciencia cierta cuál es el origen de la suelta de toros por el recinto amurallado de Coria, sin embargo, algunos historiadores se inclinan por la hipótesis de que esta celebración está relacionada con la leyenda histórica que cuenta como en 1142, el rey Alfonso VII, tras la victoria conseguida por las huestes cristianas contra las tropas sarracenas en la batalla del Algodor, otorgó el privilegio a la ciudad de lancear un toro el día de San Juan. Durante su lidia, el toro escapó de la plaza y fue corrido por la muchedumbre por las calles de la ciudad amurallada; quedando desde entonces la costumbre de correr los toros por el laberinto de calles intramuros. Otro relato, relacionado según algunos historiadores con el ritual de los sacrificios humanos practicado por los lusitanos; narra cómo cada estío, un joven era sacado por sorteo entre los de su quinta y armado con puñales recorría las calles intramuros defendiéndose de los ataques del resto de vecinos dispuestos a acabar con su vida. Un determinado año, le correspondió al único vástago de una dama acaudalada, la cual para evitar la muerte de su hijo lo canjeó por un toro.
Los primeros documentos que al parecer, hacen referencia a las celebraciones o fiestas regladas de toros en Coria se remontan a la concesión del Fuero de la Ciudad, a principios del siglo XIII, donde se hace referencia a “las carreras que son desacotadas” dentro del casco histórico.
La idiosincrasia de las fiestas ha ido cambiando progresivamente a través de las generaciones, se ha ido puliendo, adaptándose gradualmente a los modos de vida de la sociedad. Hasta el año 1970 la fiesta presentaba un marcado carácter local, sin embargo a partir de esa fecha son declaradas de interés turístico provincial primero y nacional después; ello, unido al incremento de los presupuestos y al desarrollo económico ha hecho que las fiestas del toro de Coria sean hoy un espectáculo multitudinario.
Aun hoy, 2500 años después, dos esculturas contemporáneas se ubican en zonas estratégicas de la ciudad; el minotauro, devorador de carne humana domina el centro de la misma, y, en una de sus entradas, un arquetipo del toro actual advierte, como hace más de dos milenios lo hacían los verracos, que entramos en un lugar de culto al toro.