EntreToros

Actualidad – Banalizar las cornadas

por José C. Arévalo

A finales del siglo pasado, durante una conversación sobre la medicina taurina, el entonces cirujano jefe de la Maestranza de Sevilla, doctor Enrique Vila, me hizo la siguiente confidencia: “Casi todos los toreros de hoy llevan en su cuerpo dos o tres cornadas que habrían sidomortales hace setenta y cinco años”.

Actualmente, el quite de los galenos es el más eficaz del toreo. Cornadas impresionantes, de abrumadora lectura en sus partes facultativos, se ven inmediatamente desmititificadas por dos razones. La primera, por culpa de los toreros, que se levantan del suelo y siguen toreando como si no hubiera pasado nada: saben que el “quite” del doctor en la enfermería les garantiza integridad física y rápida puesta al día. La segunda, por culpa de la cirujía y la medicina modernas, que casi resucitan a los muertos.

Evidentemente, la fuerza salvadora de la medicina y la actitud de los toreros han devaluado el prestigio letal del toro y desdramatizado el peligro de la lidia. Un vigoroso y 

bien armado toro actual da menos miedo en la plaza que un eral hace cincuenta años. Un cite comprometido de entonces cortaba la respiración de los espectadores. Hoy, las señoras lo ven con la misma tranquilidad que si estuvieran tomando un café en Embassy. Bien está que la fijeza del toro actual nos haga presenciar el aguante de un torero con la más absoluta naturalidad, aunque el que escribe estas líneas, viejo aficionado, lo asume con la misma antigua emoción. 

La primera vez que vi a un torero resistirse a ir a la enfermería fue a Pablo Lozano, en el sexto toro de una corrida que toreaba con Pepe y Antonio Bienvenida. Estaba haciendo la gran faena de una tarde en la que no había pasado nada. Pero la crispación de toda la plaza, incluidas las cuadrillas, no permitió al espada continuar en el ruedo. Eran otros tiempos. Esta semana, las cornadas de consideración sufridas por Castella en Bilbao y Jiménez Fortes en Málaga, que soportaron hasta la lidia de sus últimos toros, merecen nuestra sincera admiración, como la que nos produjo Lozano en su día. Pero plantean un nuevo problema a la Fiesta: la banalización de la cornada, la desmitificación del peligro que tiene el toro

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