Por José C. Arévalo
Este año había toreado 16 novilladas. Pocas. Pero así están las cosas para la novillería. Le apoderaba un buen taurino, Carlos Zúñiga, hijo. Pero la decisión de Manuel Román debió de ser inapelable. Tenía formado un lío en su tierra, Córdoba. Pero el calor de su afición no fue suficiente.
¿Por qué se ha retirado un novillero tan prometedor? En la Fiesta actual son pocos los elegidos, como siempre. Pero hasta los matadores consagrados torean poco. Y los novilleros, casi nada. Media docena de novilladas desde el principio de la temporada hasta el mes de agosto. Y en septiembre, cuando se avecina el cierre, empieza su temporada. Una realidad lamentable que tuvo su principio ya a finales del siglo pasado. ¿A qué se debe el hundimiento de la novillada en el constreñido mercado actual? La principal causa es que al público han dejado de interesarle. Observen que digo el público y no la afición. Y convengan conmigo que las plazas siempre las llenó el público, no la afición que nunca ocupaba ni ocupa un cuarto del aforo. Procede, entonces, otra pregunta: ¿Por qué al público ya no le interesan las novilladas? Porque los medios de comunicación no informan sobre los novilleros ni cuando triunfan. Y ese inexplicable silencio los invisibiliza, les roba su potencial fuerza taquillera, les niega el estímulo del prestigio merecido, los condena a torear poquísimo y a no ganar un duro. Peor aún, a perder dinero, o a que lo pierda un generoso “ponedor”. Todo lo contrario que hace 50 años, cuando los novilleros destacados adquirían fama y hasta se compraban un piso con el dinero de una temporada.
Esta es la causa mayor, valer y no ser reconocido. Pero la gran pregunta, a la que yo no sé contestar, es por qué los medios han decidido silenciar le Fiesta. A mi entender, la reacción de Manuel Román, novillero que tenía prendada a la afición, es algo más que una retirada. Tiene el significado de una protesta en toda regla.