Los agoreros pregonaban, felices, que la Fiesta se acaba porque en Córdoba no hubo tirón en la taquilla. No saben que, antes el coso de Los Tejares y hoy el de Los Califas, siempre fueron difíciles. El mismísimo Manolete se dejó coger una tarde en Barcelona para no comparecer dos días después en su tierra con menos de un cuarto de plaza. Que yo sepa, Los Califas la han llenado El Cordobés, Finito y José Tomás. Una vez cada uno.
Pero en Los Califas ha triunfado el toreo en su corta Feria. Con media entrada un día, y tres cuartos el siguiente. Morante deslumbró con su toreo. No cortó las tres orejas que merecía porque pinchó. Y Roca Rey puso la plaza bocabajo ante dos toros de inmensa exigencia. Salió a hombros junto a un chaval cordobés que usa el ilustre apodo de Lagartijo y que sorprendió a todos con una gran faena a un toro excepcional del joven y ya legendario ganadero Álvaro Núñez Benjumea, rector durante años de la ganadería de su padre, Joaquín Núñez del Cuvillo.
En este raro presente taurino, con la Fiesta semisecuestrada por los medios, José María Garzón ha hecho una gran feria. Corta pero intensa. Contra viento y marea, la tauromaquia está viva y pletórica de esperanza. Pese a quien pese.
