Marginada la Fiesta informativa y políticamente durante las dos últimas décadas, la sociedad no está y las corridas son solo para aficionados. De manera que con El Juli, Talavante y el debut de Rufo, en Vista Alegre Bilbao no estaba. Estaban solo los aficionados, que no son pocos, porque había, o parecía, algo más de media plaza. Ya hablaremos de este complejo tema al final de las Corridas Generales.
La de hoy era un cartelazo, seis toros de Domingo Hernández para los tres diestros que acabo de mencionar. Los toros de Concha Hernández no me gustaron. Eran seis grandes e insulsos toros de una ganadería muy buena. Nobles siempre, informales en el primer tercio en el que fueron picados con la habitual moderación en esta feria, se venían arriba en banderillas, pero solo en banderillas, y si no fueron soporíferos en la muleta era porque tuvieron delante a tres muy buenos toreros.
Lo de El Juli merece un agradecimiento público de toda la afición, porque la lidia de sus toros parte de un mismo supuesto: todos los espectadores son inteligentes, doctos en tauromaquia y receptivos a cualquier manifestación artística. Y como la relación que él mantiene con el toro es una mezcla de inteligencia y sensibilidad, el público entra en tan selecta reunión, se hace partícipe de ese acto de suprema inteligencia que consiste en administrar el toreo exacto a las exactas condiciones del toro, se descubre inteligente y sensible porque de la trama no se le escapa ni un pelo, y disfruta de esas lidias julianas en las que la sabiduría desemboca en el más cabal arte del toreo. Como sus dos toros no fueron aptos, las dos faenas no obtuvieron el premio que merecen cuando el toro pone algo de su parte. Para mi fueron memorables, dos lecciones de suprema tauromaquia.
Lo de Talavante con su primer toro sí tuvo premio, dos orejas, la Puerta Grande, y lo que es más importante, el placer de toda la plaza y la prontitud el presidente, buen aficionado, en conceder las dos indiscutibles orejas. Hombre, el toro fue bueno porque respondió con calidad al excelso, depuradísimo toreo de Alejandro. Su faena tuvo dos virtudes. Una, el trazo con que ejecutó la suertes era perfecto, pero a su perfectísima geometría le añadía una sobredósis de sentimiento, o magia, o desgarro, o de elegante quejido, llámenlo ustedes como quieran, que hace del toreo un arte mayor. Y dos, esa calidad en la ejecución de las suertes, Talavante la enmarca en faenas bien estructuradas, de cabal arquitecto del toreo y con el planteamiento, el desarrollo y la conclusión de una historia bien contada. Lógico, salió de la plaza a hombros.
Tomás Rufo es un fenómeno del toreo. Porque torea con temple a todos los toros, no solo a los que embisten despacio. A su quite al primer toro de Talavante en otros tiempos le dedican poemas, artículos de columnistas no taurinos y a lo mejor hasta le ponen una plaquita. Verónicas como olas tranquilas de bajamar, caricias al viento de la embestida, el toro retratando su condición en la bamba del capote, los oles acompasados en un único ole grandioso. Luego, sus dos toros fueron deslucidos. Tomás los probó de todas las maneras y a ninguna respondieron. Me gustó su primera faena, pues cuando al toro le abría una rendija, por ella se colaba el buen toreo. Y no me gustó su segunda faena con un toro que no quería embestir. Hubiera preferido una chalequera al manso y tofo el mundo a casa. Pero el quite… hay lances que dejan huella.
Ingenua pregunta: ¿Vendrá mañana la gente a los toros o solo estarán los aficionados?