El toreo es cuestión de gustos, pero si yo digo que Diego Urdiales es uno de los grandes toreros en activo, ningún aficionado solvente me llevará la contraria. También estará conmigo cuando afirmo que su marginación de muchas ferias es escandalosa y la prueba de que el llamado “sistema” rector de la Fiesta no funciona. Que a un torero ya consagrado en Madrid, Sevilla y Bilbao lo puedan penalizar porque en la Feria de Abril y en la de San Isidro no le embistió un toro es la prueba de que el magín de las empresas raya a bajísimo nivel.
Porque hace años, cuando los toreros estaban jerarquizados por los públicos -¡y por la taquilla!-, el empresario era menos libre para programar una feria. Conjugar toros bajo la presión de toreros mandones, o la de la opinión taurina que entonces sí existía, fue una tarea desasosegante, y a la hora rematar rara vez se parecían los carteles que dicho empresario tenía en la cabeza con los que terminó cerrándola. Pero hoy esas ataduras se han desatado. La marginación informativa que padece la Fiesta ha destruido la opinión pública taurina. Y excepto dos o tres figuras necesarias para dar lustre a un abono, la libertad del empresario para acartelar a los demás es total.
¿Por qué un torero tan bueno como Urdiales no está en las ferias? Dos razones se me ocurren: Una, la sensibilidad para enjuiciar el toreo por parte de la mayoría de los empresarios raya a bajo nivel; dos, quizá no estén dispuestos a darle su dinero.
En todo caso, las empresas deberían pensar el toreo con más rigor. Nunca han tenido tanta libertad para hacer buenos carteles, los que garantizan un futuro mejor. Por ejemplo, si Diego Urdiales toreara más, más oportunidad tendrían los públicos de distinguir entre joyería y bisutería. Son muchos los toreros que gustan más o menos. Pero son pocos los que hacen afición.