El Torero

EL ÚLTIMO MALETILLA – Cap. 2 Hermanos de aventuras y sueños

Recuerdo con cariño mis primeros días en las tierras charras que me adoptaron. Éramos  capas de todos los puntos de España. Vivíamos en la plaza de toros de Cuatro Caminos en la Fuente de San Esteban. Nos dejaban dormir en el guadarnés de la plaza y nos daban una comida al día a cambio de trabajar de camareros en el bar, y establecíamos turnos entre los maletas. Los había de Cordoba (los de la guasa), Almería, Cadiz, Barcelona(eran un grupo singular), Burgos (otro grupo curioso, viajaban todos en un seiscientos) Cáceres, Albacete (los mas pillos), Valladolid, los Vascos (donde estaba Fandiño que en paz descanse), y los de Madrid entre los cuales existía la figura del capa con más antigüedad, el Mateo, que se las sabía todas el bicho.

Nos levantábamos pronto en las mañanas y poníamos las cintas de cassette de Camarón, Duquende, Potito, Tijeritas y con ese ritmo que nos imprimían las bulerías y las rumbas apañábamos las tareas del bar entre todos. A los que les tocaba cerrar, a poner cafés; y los demás salíamos al campo a torear. Cruzábamos la carretera y tomábamos un vaso de leche en el bar del cruce, íbamos por turnos para ver si nos orientábamos allí mismo de algún tentadero, ya que aquel sitio era parada obligada de ganaderos y toreros. Una vez orientados nos posicionábamos en la nacional 620 en la orientación hacia nuestro destino y haciendo dedo llegábamos al fin del mundo. Yo era un poco atípico porque los demás capas solían viajar en pareja, pero yo siempre iba solo porque así toreaba más. Y si no había ningún aficionado de tapia me hinchaba a torear. Con el paso del tiempo, algunas situaciones vividas por fin me hicieron tener compañeros de aventuras y sueños.

En los trayectos a dedo conocí a mucha gente, una maravillosa y otra no tanto. Observaba con curiosidad a las personas que me preguntaban qué hacia yo allí yo tan pequeño y tan lleno de mierda. Llegábamos a las fincas, y si llegabas pronto toreabas de los primeros. A mi me gustaba hacerlo para así poder doblar e irme a otro tentadero en la misma mañana o por la tarde. Los matadores ya nos conocían, los locales sobre todo. Recuerdo que algún sieso decía, son como las ratas, están en todos lados, obviando que éramos un grupo joven, muchos de nosotros chicos que cada día nos levantábamos para ser hombres.

Los invitados terminaban su lidia y ahí nos tocaba a nosotros, por orden de llegada, salir cada uno y tras pedir permiso al ganadero, les buscábamos las vueltas a las vacas. Muchas veces les pegábamos un repaso a los toreros invitados y gracias a nuestra intervención se salvaban muchas vacas del matadero si el ganadero previamente tenia sus dudas. Había capas que eran especialistas en hacer embestir a las vacas. Recuerdo a un torero de Sieteiglesias que era como un brujo que con su muleta como hechizo volvía a meter a las becerras en los vuelos. A este y a otros era un espectáculo verlos. Cuando terminaba tu turno y le hablas pegado fiesta a la vaca, notabas cómo la gente te daba más sitio y algún ganadero te orientaba por lo bajini de otro tentadero y te volvías para la Fuente como si te hubieran firmado 30 contratos. Una vez allí todos los capas nos contábamos las anécdotas que nos habían pasado a cada uno, éramos todos como un grupo de hermanos.

Qué tiempos aquellos.

Siguiente capitulo.

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