FERIA DE SAN ISIDRO – A Tomás Rufo, capitán del relevo, el presidente le robó la segunda Puerta Grande.
Fotos Alberto Simón/ Plaza 1- Alfredo Arévalo
Yo no sé si esto es una crítica de toros o una crítica del público. Pero si es lo segundo no voy desatinado. En la Fiesta el público es, con el torero y el toro, el tercer actor de la corrida. Condiciona la lidia, del mismo modo que al público, en Madrid, lo condiciona el toro más que el torero. Y los toros de Puerto de San Lorenzo, mansos dos y bravos los otros cuatro, incurrieron en dos errores: primero, estaban en tipo, tenían unos pitones impecables y una romana apropiada; y segundo, eran blandos de remos y tenían poca fuerza. En consecuencia, dispersaron, desmembraron, desquiciaron el público. Frente a la falta de vigor, la mayoría adoptó una actitud tolerante, valoraba más la bravura que la impotencia física; y la ruidosa minoría, al revés, sin vigor no toleraba nada, ni la bravura. Resultado: durante cinco toros, Las Ventas fue un corral de locos, amainados durante la faena de Manzanares al cuarto, trasteo que tuvo buenas y malas fases, buenas con la derecha, por redondos, y malas por naturales, que no se acoplaron a las discontinuas embestidas. Pero el alicantino ejecutó la estocada de la feria, ovacionadísima por la mayoría y silenciadísima por la minoría. La esquizofrenia colectiva volvía a reinar en esta tempestuosa plaza.
La confirmación de alternativa de Alejandro Marcos no fue como me hubiera gustado. Y lo lamenté porque el salmantino es un torero buenísimo, con un trazo muy bello de las suertes. Pero no supo gestionar las oleadas, cambios de ritmo y desfallecimientos de sus toros. Además mató mal. En cualquier otro espectáculo sabrían esperarlo, en nuestra durísima Fiesta no lo tengo claro. Si lo arrinconaran perderíamos todos, perdería el toreo.
Cuando iba a consumarse la decepción, saltó el sexto al ruedo y se obró el milagro. Cambió el tono del público, las protestas se achantaron y triunfó el toreo. Triunfó en banderillas, cuando sobresalió un par inmenso de poder a poder a cargo de Fernando González. Pero antes, y esto es lo importante, el matador, Tomás Rufo, probó al toro y premonizó el vuelco de la tarde. El sexto sentido del público venteño, un sentido puramente taurino, se adueñó del tendido, mosqueó a los intransigentes, que tienen un olfato finísimo cuando van a ser vencidos, y lo demás lo hizo el temple toledano de Rufo. Un temple privilegiado, que cambia como por encanto la velocidad y la violencia del toro, porque anestesia la bravura, la pastorea, la torea y provoca en el tendido un rugido catárquico. La faena no fue perfecta, pero sí muy intensa. Y como mató de una estocada, levantó un clamor de pañuelos blancos reclamando las dos orejas. Pero el presidente solo concedió una. Estaba en su derecho, la segunda es de su competencia, que una vez más se tornó incompetencia. No le critico, pero lamento su decisión. Después de la pandemia, la arrinconada fiesta de toros está necesitada de éxito. Las espadas y los presidentes han cerrado varias puertas grandes en este San Isidro, que habrían dado lustre a la tauromaquia y puesto en evidencia a los medios que la silencian. Se conoce que los Usías no piensan lo mismo.
Observaciones: 1/ detesto el predominio de la gaonera perfilera y a pies juntos, no es toreo, es un recorte. Solo me gusta cuando la da José Tomás. Pero me gusta más con el compás semiabierto, de lance largo; ya no la da nadie. 2/ Las puyas de Las Ventas no cortan, no penetran. Y los picadores recargan inútilmente y violentan y quebrantan a los toros desde sus potentes caballos, cuya doma parece consistir en tumbarse sobre los toros, que salen desechos de la suerte. ¿Son puyas recicladas o mal recicladas? 3/ La charanga discotequera que acompaña a los aficionados a la salida de la plaza es una horterada infumable. ¿No podría esperarse media horita para que nadie se entere de que la tan cacareada primera plaza del mundo después de los toros es la discoteca más vulgar de Madrid?