MADRID – 2ª de feria, Las Ventas, plaza de la desmesura
Fotos Alberto Simon
por José Carlos Arévalo
Llenazo al canto, como se esperaba. Protestas preconcebidas, como se suponía. La primera corrida empezó con una inmensa pancarta que decía: “Sube el precio, baja el toro”. Y eso, en la plaza más barata del mundo, que lidia los toros más grandes y cornalones del mundo. Hoy empezó la función con un grito a coro (del 7): “¡Plaza 1, dimisión¡”. Por lo menos podrían haber esperado al final de la Feria, por si tenían razón. Otro despropósito inicial: gran bronca tras la aparición del primer toro. Curioso, era el más voluminoso de la corrida, con demasiadas carnes, como al 7 le gustan, y amplio de pitones. ¿Por qué le abroncaron? ¿Porque le tocó a Morante, que ha cortado un rabo en Sevilla y no se le vayan a subir los humos? ¿O porque Justo Hernández es un ganadero de tronío y eso no tiene perdón de Dios? Luego, el torancón colaboró con los indignados, pues era un manso mostrenco sin una sola embestida. ¡Ni una! Y para colmo, Morante les dio cuerda propinándole mil descabellos de costadillo. Me cayó bien. Con el cuarto, bonito de lámina pero tan mostrenco como el primero, el de la Puebla no le dio un pase. Hizo bien, no los tenía. Así que desmesura prevista: almohadillazos de despedida.
Pero la de Garcigrande era una corrida a contraestilo de la plaza. Más bien para la notable minoría vocinglera, que no sabe esperar a los toros, ni sabe verlos. Y los de don Justo suelen ser correosos y desconcertantes en los dos primeros tercios. Mala cosa cuando en la plaza hay tanto guerrillero cutre y tabernario. Y aunque el resto del público es una buena afición, en el coso se instaló la desmesura. Pues saltaron tres toros buenos, segundo, tercero y quinto. Desmesura, a este le dieron la vuelta al ruedo. Otra desmesura, se protestó la oreja a Tomás Rufo que, con su primer toro, hizo la faena de la tarde. Y más desmesura, se concedieron dos a Emilio de Justo por una meritoria faena de una.
Lo único sensato de la tarde fue la gran ovación al cacereño, que reaparecía después de su terrible percance en Madrid. Pero Las Ventas está más rara que nunca. En el tendido siempre hubo protagonistas. Aunque El Ronquillo del 7 me caía bien. Y el ingeniero del 9 sabía de toros. Incluso los ortodoxos de la grada del 8 tenían un pase. De modo al salir de la plaza pensando en su patológica desmesura me vino a la memoria una confidencia de Paco Ojeda: “Lo que me desconcierta de esta plaza es que se enfadan por nada y se contentan con casi nada”. No se crean, lo dijo sin amargura, ese día había salido a hombros.
En otra ocasión explicaré por qué Ojeda tenía razón. Aunque estoy seguro de que necesitaré la ayuda de un psiquiatra taurino para analizar la esquizofrenia colectiva que hoy campea en la primera plaza del mundo.