La corrida del 2 de mayo, que conmemora el levantamiento contra el invasor francés, no debería ser goyesca, porque Francisco de Goya, a quien no se le puede acusar de antipatriota, fue un afrancesado, algo nada indecente en aquellos tiempos, y murió exiliado en Burdeos. Quizá debería habérsela llamado napoleónica, pues José Bonaparte, injustamente motejado Pepe Botella, buen aficionado que promovió la Fiesta durante aquellos duros años, ordenó los tendidos de la plaza de toros de la Puerta de Alcalá, sistematizó el billetaje y ayudó a que el público abandonara la algarabía y se convirtiera en coro taurino. También se debe agradecer que uno de sus generales fuera padre de Víctor Hugo, el eximio escritor francés, que durante su estancia en Madrid -vivía en la que hoy es la calle de La Reina- escribió reseñas de las muchas corridas que vio en la plaza promovida años antes por un Borbón, Fernando VI. Pero tampoco es cuestión de homenajear al invasor, aunque sí debemos agradecer a su imperial hermano que su invasión introdujera el liberalismo. provocara la resistencia avant-la-lettre y, sin quererlo impulsara el nacionalismo español.
Justifico este antipatriótico preámbulo porque no me gustan las corridas goyescas y no me gustan los trajes goyescos. Los majos españoles de la época los adaptaron de la imperante moda francesa, les pusieron gracejo y sencillez y no parecían camareros empolvados de Palacio. El vestido de torear surgió de la interpretación que los toreros hicieron del traje de los majos. Y lo cubrieron de luces y lo salvaron de la dictadura cambiante de la moda. Mitad uniforme, mitad hábito, el vestido de torear, alojado fuera del tiempo, nunca será un atavío antiguo, siempre pertenecerá al presente. Como del presente son las corridas de toros. Por eso me extraña salir de la plaza de la Goyesca y meterme en el metro. Y por eso, la Goyesca de Ronda tiene un pase. Sales de la plaza y sigue la goyesca.
Y ahora pido perdón. Todo lo escrito es muy antipático. Pero más antipáticos fueron los toros de Valdefresno. Mansos de solemnidad, no hicieron honor a los héroes de mayo. Los cinco lidiados huían del combate y se refugiaban cerca o en los mismos toriles, añoraban el campo empecinadamente; y para rubricar la tarde el sobrero de Pereda se comportó como un mostrenco. El toro reseñado por sus cuernos tiene esas cosas.
¿Qué hacían dos buenos toreros, como Uceda Leal y Fernando Robleño, con semejante mercancía? Pues dejar su impronta en algunos pasajes de la lidia y matar la corrida. Uceda hizo una buena faena a un toro que se inventó con su elegante y sabia muleta, y Robleño terminó por torear con cadencia a un manso agresivo y brusco. Les deseo suerte a los dos en San Isidro. La merecen.