El de la corrida de toros no es público sino coro. Porque el público presencia y el coro, presencia y participa. Envuelve en un círculo ascendente la acción que transcurre en el ruedo. Y la comenta, la aprueba, la critica, la condiciona. Un mismo toro y un mismo torero se comportan de distinta manera en una plaza que en otra. El de los toros es un público coral con unas atribuciones que no tiene en ningún otro espectáculo. Su soberanía sobre la lidia le otorga el poder de proponer y conceder la sentencia merecida por sus dos protagonistas. Ante el presidente, garante de los derechos del toro, del torero y del público, actúa como fiscal y abogado defensor.
En una plaza importante como Las Ventas, la actuación del público es tan decisiva que sitúa o descalifica a toreros y ganaderías. No matiza tanto como el de Sevilla, ni mantiene una conducta tan equilibrada como el de Bilbao, pero ejerce un mando indiscutible sobre el toreo. Duro y exigente, feroz en su repulsa y clamoroso en su adhesión,desde hace unos años padece una desconcertanteenfermedad psíquica, la esquizofrenia. Parte de un tendido, el 7, se ha arrogado el papel de salvador de la Fiesta, y lo ejerce mediante gritos impertinentes, palmas de tango inoportunas, impugnaciones al Palco, que distorsionan la lidia. Carentes de una mínima cultura taurina, dogmáticos inquisidores de una doctrina que desconocen, desalientan o desconciertan al resto de los espectadores, desmotivan a los toreros, sus bestias negras,y salvo algunas de sus más flagrantes intervencionesrechazadas por el resto de la plaza, desmovilizan las faenas y boicotean el espectáculo.
Pero desde hace un par de años, coincidiendo con el ataque frontal a la Tauromaquia por parte de los movimientos animalistas, hoy infiltrados en el gobierno de la Nación, y acogidos tenuemente por la izquierda socialdemócrata y patrocinados por la supuesta extrema izquierda, se ha producido una reacción pendular por parte de la derecha derechona y de los empresarios taurinos, todos ellos defensores de la Fiesta, que se manifiestan profiriendo gritos patrióticos -ayer en Las Ventas, ¡viva España, viva la Virgen del Pilar, viva la Legión!- que le hacían a uno preguntarse si estaba en una plaza de toros o en un cuartel el día de la Patrona. Claro que los empresarios tampoco son mancos, conscientes de que sus salvadores son los partidos de derechas, hoy ordenan escuchar el himno nacional muchas tardes al comenzar el festejo y uno también duda si lo que ha visto es un paseíllo de toreros o el desfile de las fuerzas armadas.
Siempre se dijo que la plaza de toros es el espejo lúdico de lo que pasa en España y, la verdad, si se compara el actual coro desinhibido y subnormal de Las Ventas con el palenque político, el Congreso de los Diputados, el paralelismo no puede ser más perfecto. Y por si esto no fuera poco a la empresa o a la Comunidad se les ha ocurrido hacer de Las Ventas, inmediatamente después de la corrida, una gran discoteca. De manera que ya a la muerte del quinto toro, largas filas de nenes y nenas bien vestiditos se alinean en las Puertas de los tendidos de sombra para pasar la larga noche musical. Por desgracia, el espíritu de alterne y copa ha contagiado a los tendidos y el trasiego de cubatas mastodónticos entre toro y toro epataría a las plazas americanas, esas que tienen dos públicos, uno del primero al tercer toro, y otro, mucho más pa-sio-nal, del cuarto al sexto.
Lo curioso, quizá lo maravilloso, es que el toreo puede con todo. Por ejemplo, el 12 de octubre la plaza de Las Ventas volvió a su ser cuando Perera toreaba por naturales a un bravo toro de Victorino.
Y, sin embargo, plaza de Las Ventas, ¡quién te ha visto y quién te ve!