Había visto fotos sorprendentes, por la perfección del trazo y la figura, de Marcos, el torero adolescente. Hace unos días, le ví por televisión la lidia de un eral en la plaza de Manizales y su actuación fue tan deslumbrante como su conexión con el tendido. Sin duda, estamos ante un nuevo valor del toreo. Afirmación que hago a pesar de haberlo visto reproducido por la tele, no en vivo, único modo de ver y evaluar el toreo. En efecto, la imagen, empequeñecida y reproducida en dos dimensiones –el zoom aplana el espacio, desdibuja los terrenos del torero y el toro-, suprime la emoción de las suertes. Pero, sobre todo impide valorar la presencia actoral del lidiador, cómo llena plaza o cómo no sobresale su personalidad.
Que Marcos va a funcionar, es indudable. Que será un torero importante, no se puede asegurar. Que la geometría de su toreo es perfecta, no se puede negar. Que el sentimiento, el sello, la impronta de su toreo pueda competir con el temple prodigioso de los toreros ya situados en el cumbre, eso habrá que verlo. Y, además, verlo en vivo, el único modo de evaluar con certeza el arte de torear. Por el momento, la televisión nos descubrió que, como torero, el niño es un prodigio. ¿Será un torero prodigioso cuando crezca y lo veamos torear en carne y hueso?