Carl Popper en su libro “La sociedad abierta y sus enemigos”, publicado en 1945, escribió: “la tolerancia ilimitada conduce a la desaparición de la tolerancia… Tenemos por tanto que reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia”.
Para tener una sociedad tolerante, hay que hacer lo contrario. Porque si se tolera a los intolerantes, entonces éstos acabarían imponiéndose y eliminando la tolerancia como principio y valor de la sociedad. A esto se le conoce como la paradoja de la tolerancia.
Las sociedades en el mundo se forman de grupos y comunidades heterogéneos y en la vorágine de la comunicación más. Esto envuelve a multiplicidad de credos, intereses e ideas y por lo tanto para convivir, es necesaria la existencia de la capacidad de entender, de discutir, de incluir a la diversidad dentro del mundo de la razón. ¿Hasta dónde? Hasta el límite donde no se ponga en riesgo la existencia de una sociedad abierta, incluyente y esto sólo es posible si hay un proceso de reflexión, no solo la existencia de buenas intenciones.
Dice también Popper: “La libertad, si es ilimitada, se anula a si misma. Es precisamente por esta razón que exigimos que el estado limite la libertad hasta cierto punto, de modo que la libertad de todos esté protegida por la ley».
Para Popper, la intolerancia verdaderamente peligrosa es la que encarnan aquellos fanáticos que impiden escuchar a otros.
Yo agrego, la intolerancia más peligrosa, es aquella fundamentada en la ignorancia.
El año 2022 ha sido especialmente complicado para la tauromaquia mexicana. Distintos frentes abiertos por quienes están en contra de la realización de festejos taurinos se han ido alineando en las instancias judiciales poniendo en una situación de muy alto riesgo el devenir de la fiesta en nuestro país. Dos casos en especial complican el entorno: la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la cual afirma la imposibilidad constitucional de los poderes locales, respecto a la promulgación del decreto de la fiesta como patrimonio cultural. El primer caso se dio en el estado de Nayarit. El segundo es el relativo a la suspensión, decretada por la misma Corte y aplicada a la alcaldía Benito Juárez para emitir permisos para la realización de corridas de toros en su demarcación, en la que se encuentra la Monumental México.
Estamos hoy en aguas muy revueltas. Ataques en contra de la fiesta, argumentos de defensa diversos que generan estrategias que no han dado resultado, todos estos envueltos en el complejo mar de la ley, tienen a la fiesta de los toros en México navegando en las peligrosas corrientes de la sinrazón.
Veamos. Aquellos que están en contra de la fiesta de los toros, han creado una paradoja que vale la pena analizar. Resulta que el objetivo de estos grupos es evitar, en su decir, el dolor y la tortura que se le generan al toro de manera pública en una plaza de toros para solaz y diversión de quienes asistimos. Entonces, su objetivo es el bienestar del toro, evitar su sacrificio en los cosos como una defensa al animal basada, al entender de ellos, en los derechos humanos del animal y la civilidad de la sociedad.
Paradójicamente el argumento lógico subsecuente a este planteamiento es la extinción del toro. Sólo así se lograría el objetivo que persiguen estos grupos. Entonces aquí una segunda paradoja: “para que vivas, hay que extinguirte”.
La paradoja de Popper, a quienes queremos vida para la fiesta, nos aplasta contundentemente. No hemos sido capaces de subir a la mesa de la razón y el entendimiento, a acceder a la verdad con argumentos científicos claros y contundentes, a quienes con la bandera de la intolerancia pretenden suprimir el espectáculo taurino. Hemos permitido que en México sea la corriente intolerante la que marque la ruta y los tiempos. A los ojos de Popper, hemos perdido. La tolerancia nos ha derrotado.
Si pensamos que la discusión racional esta basada en entender que se puede estar equivocado, que es posible corregir, que la misma racionalidad es capaz de llevarnos a la verdad, pongamos en el centro de la disputa el argumento intolerante y derrotémoslo sobre sus propias manifestaciones. No con derivaciones laterales.
La validez de un argumento es independiente de la identidad de quien lo enuncia, o del trasfondo que se le quiera dar. Ni las artes derivadas del toreo, ni los intelectuales proclives a la fiesta son el camino de discusión. Ni siquiera la tradición misma. Ataquemos con vehemencia la irracionalidad basal de quien ataca. ¿Cómo? Con conocimiento científico discutible entre iguales, elevando a los más altos niveles del poder legislativo y judicial los mismos argumentos con los que se nos ataca, pero ojo, pidiendo definiciones. Las de la racionalidad, las que la tolerancia de una sociedad exige, castigando la intolerancia. Vayamos al argumento de forma directa, no lateral.
La paradoja de quienes promueven acciones contra la fiesta de los toros se acopla perfectamente a la paradoja de Popper.
Resulta que para defender al toro hay que extinguirlo. Borrarlo de la faz de la tierra. Y si ganan es porque perdimos la oportunidad de defenderlo.
Ellos, buscando a toda costa su prohibición, han logrado colocarlo en la opinión pública. El resultado de este acto intolerante solo llevaría a la desaparición de la especie. Para que no te maten en público, te extingo en privado.
Defendamos en público, con la ciencia en la mano, con el derecho que nos da la ley que limita el libertinaje, nuestro derecho a existir.
No dejemos que la intolerancia triunfe.
Hablamos de un México dormido, no seamos parte de él.
Carlos Castañeda Gómez del Campo.