POR VALENCIA – Castella, Talavante, Adrián y la revelación Olga Casado
Fotos Alberto Simón
por José Carlos Arévalo
Es agridulce unir la tragedia de un desastre climático a la encendida pasión que puede provocar el toreo. Pero merece destacarse la adhesión de la Fiesta de toros al drama valenciano. No tiene parangón con el resto del mundo del espectáculo. Y siempre ha sido así. Y muchas veces dicha adhesión ha sido premiada con el éxito. En el caso recurrente de las catástrofes que han asolado Valencia, recuerdo el desbordamiento del Turia y el festival benéfico que a su propósito se celebró en Las Ventas. Por un lado el pasmo de la ciudad anegada por el rio, por otro mi personal descubrimiento de un temple distinto, imantado, acariciado, envolvente, a cargo de Domingo Ortega, impuesto a un toro de peligrosa y odiosa embestida, que buscaba el bulto y no había capote que lo engañara. Fue un quite milagroso, despacioso, a un toro imposible que correspondió a Carlos Corpas. Pero el capote mágico del maestro toledano transformó al manso en bravo, al avieso en noble, y la violencia se hizo cadencia. Y así fue cómo el temple paró el tiempo y el peligro real fue vencido por una luz irreal que iluminó a la plaza entera.
Pero no añoro el pasado. En la tarde del primer día de diciembre hemos visto varias versiones de un toreo extraordinario. Personalmente, lo que más me ha asombrado el siempre bien diseñado toreo de Castellaconvertido a una sutilísima dicción del arte de torear. Presiento que el diestro francés terminará su vida en los ruedos calificado como un torero de arte. Lo de Talavanteha sido un derroche de sensibilidad torera, y no lo digo por su capacidad de improvisación, que también. Pero más allá de su inspiración en los cites y remates, lo que cala más hondo es el inefable trazo de su toreo. Se diría que lo hace porque sabe torear, que lo dice porque lo disfruta y que su trazo lo comenta porque le gusta compartirlo con el público. ¿Cómo responder al toreo acariciado de Castellay al toreo inspirado de Talavante? Exactamente, como lo hizo Fernando Adrián. Con el toreo más puro, de mano baja, de largo trazo, de profundidad abismal. Valor, mando y arte de torero macho no enfrentados a la sensibilidad. Hoy, este joven torero de Madrid no solo ha cuajado una inmensa faena sino que ha dado la más repajolera, embriagada y enjoyada media verónica que he visto en mi vida. Y para postre, la gran sorpresa, la torera, belleza de fina estampa, con el capote iluminado por la gracia y toreo grande, sutil, de un trazo puro y templado en su muleta. Es ya el gran aliciente novilleril de la próxima temporada. Quiera Dios que a Olga la respeten los toros.
Del ganado me gustó el toro de Adrián, un bravo encastado y con clase de Domingo Hernández. También la tuvieron el novillo de El Juli, que correspondió a Talavante, el de Castella y el de Casado, ambos de Garcigrande, pero todos estaban en la rayita que separa al manso del bravo.
Ponce, Manzanares y Roca Rey no tuvieron toros. Y como dijo el Guerra, lo que no puede ser, no puede ser. Y además es imposible.