La intriga comenzó el día en que Pablo Aguado cortó cuatro orejas en Sevilla a la corrida de Jandilla. Fue una consagración fulminante. En 24 horas obtuvo tanta expectación como la máxima figura del toreo. De repente, el peso de la púrpura. ¿Con el suficiente rodaje, con ese cuajo que solo da la lidia de muchos toros? Antaño, los toreros recién alternativados no atravesaban el duro camino exigido por el paso del novillo al toro. Primero, porque el tránsito novilleril era más largo y la destreza lidiadora se había trabajado más. Y después, porque el salto no era tan grande. Antonio Ordóñez me confesó un día que no lo notó: no había entonces tanta diferencia entre el utrero y el cuatreño, y sí mucha en la calidad de las ganaderías que toreaban los matadores.
Tampoco lo notó, a mi parecer, Pablo Aguado. La primera vez que le vi fue en Madrid, de matador, y le correspondió un lote muy serio y con mucha guasa. Estuvo bien con su primero y al sexto de la tarde, un marrajo, lo pudo, le toreó y cortó una oreja de ley. Pero su valor, muy cabal, el de torear con verdad, dejó entrever el toreo excelso que le ha dado un puesto privilegiado en la Fiesta.
¿Cómo es el toreo de Pablo Aguado? No basta decir que se inscribe en la nómina de los toreros sevillanos de arte. Han abundado a lo largo de la historia y han sido muy distintos. Incluso los que cantaban por el mismo palo. Yo le veo el antecedente de una naturalidad elegante muy bienvenidista (Antonio), mezclada con la frescura agraciada de los Vázquez (Pepe Luis) y, a veces, sin perder ese son luminoso, con un cierto zarpazo currista, pero más juvenil, más cantiñado que hondo.
Mas no terminan de definir estos aristocráticos antecedentes del toreo sevillano, lo que puede llegar a ser el eje central de su importante tauromaquia en ciernes. Lo que le ví este año en Castellón me interesó más. Y no fue porque su buena faena alcanzara una cierta redondez. Me llamó más la atención su capacidad de hacer el toreo, su destreza para torear. Me confirmó que su primer objetivo era que cada embestida fuera toreada de cabo a rabo, que su decir el toreo con inspiración para hilvanar las suertes estaba a la altura de la agraciada ejecución de cada una. Tuve la impresión de que Pablo Aguado, a quien no se pudo ver en la pasada Feria de San Miguel por la lesión en la pierna que lo inhabilitaba, ha aprovechado bien el invierno. Aclaro: creo que ha pensado el toreo tanto o más que lo ha entrenado. El problema estético de los toreros se parece al de los poetas. La belleza del fraseo es clave, pero no más de lo que significa la frase. Pienso que este año, el toreo de Aguado frasea igual de bien, porque lo ha entrenado, pero lo que dice tiene más sentido porque lo ha pensado. Imagino que si un toro le mete la cara el domingo en Sevilla podrá confirmar lo que ahora escribo.
Me gustaría saber lo que Pablo y Curro, su actual apoderado, han hablado este invierno. Curro Vázquez tenía al principio un bellísimo fraseo del toreo, pero después su sentido fue más hondo. Los lances y los pases son las palabras del torero. Y para que lleguen al alma de los aficionados, el torero, como el poeta, debe dar con la palabra exacta. Solo así viaja el arte de torear desde el ruedo al sentimiento de los espectadores. Bien lo sabía el maestro Viti. Decía que un torero no ha cuajado hasta que lo que siente mientras torea es lo mismo que sienten los espectadores cuando le ven torear. Y a ese punto ha llegado Pablo Aguado.
De todas formas te hará falta la suerte, torero. Porque Sevilla es mucho Sevilla. Da miedo lo que significan sus silencios y a veces da miedo lo que dicen sus aplausos. Torea como tu sabes, eso será suficiente.