Mal tiempo, malos toros y buenos toreros. Y ahora, pocas palabras. Las exactas para decir que los “juampedros” parecían moruchos. Sin raza, sin provocar emoción alguna a pesar de su volumen, pasando a veces, no embistiendo nunca, demostrando que los cinqueños embisten menos que los cuatreños. Morante abrevió con su soporífero primero y se empleó con torería en su segundo, que parecía idiota. Enjaretó buenos muletazos en ambos y se lo agredeció la gente. Juan Ortega dio unas verónicas maravillosas en el único momento en que le embistió su primer toro. Pero el quinto, desmañado y soso, no le embistió nunca. Por fortuna, la tarde se cerró con una buena faena de muleta de Pablo Aguado al sexto, un toro que pasaba sin raza ni entrega a media altura. Lo muleteó con natural elegancia con la mano derecha, sin atacarle nunca y toreando con trazo firme su indolente embestida. Su brindis al público y su buen toreo, su inspiración con un toro que no inspiraba y su eficaz pero desigual estocada, salvaron la más esperada corrida de Fallas.