Por José Carlos Arévalo
Si el llamado planeta de los toros no estuviera partido en ocho pedazos, Victor López “Vito” sería considerado en España un puntal de la crítica taurina. De nada sirve que la tecnología de la información haya roto todas las fronteras provinciales del planeta, la tauromaquia sigue viviendo en compartimentos estancos. Y esta fragmentación tiene su correspondiente versión informativa. La antaño llamada fiesta nacional está a punto de pasar a las secciones de información local. Y el hecho no se debe a un presunto descrédito del toreo en la sociedad española sino a la voluntad colectiva de los medios informativos, una decisión que por generalizada debería investigarse. A Víctor López “Vito”, que conocía el toreo de todo el orbe taurino, esta situación le sumía en la más absoluta perplejidad. Cuando yo le conocí en su Venezuela natal dirigía el periódico de mayor tirada de su país y también se ocupaba de la sección taurina, que era ampliamente seguida por sus innumerables lectores, no solo gracias a sus sabias crónicas sino porque también tomaba el pulso al toreo de los países suramericanos y de México. En mi opinión este cosmopolita de la Fiesta era el mejor crítico de la tauromaquia azteca, a la par que conocía a fondo la España taurina. En ocasiones te lo encontrabas en plazas insospechadas, pero en esas corridas que el aficionado nunca ase quiere perder. Su versión del toreo estaba impregnada de conocimiento y respeto. Por una simple razón. “Vito” toreaba. Y muy bien. Era un aficionado práctico fuera de lo común. Se entretenía toreando reses serias. O sea, veía el toreo como un aficionado de tendido y también lo veía como un torero. Por eso, cuando los diestros españoles hacían las Américas, el “Vito” era, entre todos los periodistas, su interlocutor preferido. Amigo del gran Pepe Alameda, respetaba su gallismo, pero no asumió nunca, como el que suscribe, la oposición entre el toreo natural y el cambiado. Comprendía ambas colocaciones en el cite como complementarias, pues como torero sabía que el cite a pitón contrario, situado el torero dentro de la vida del tren, se podía tornar natural y ligado si los vuelos de la muleta reconducían la embestida a su trayecto natural. Me sorprendió saberle informado de que seis meses antes de que Joselito diera cuatro naturales ligados en redondo al toro de Vicente Martínez en la plaza vieja de Madrid, seis meses antes, exactamente el 14 de diciembre de 1913, Juan Belmonte los hubiera ligado por primera y quizá única vez a un toro de Piedras Negras, en la plaza de toros El Toreo de la Condesa, de la ciudad de México. Pero no sabía que a mediados de enero de 1914 un noticiero cinematográfico de la Rank exhibió dicha faena en las salas de cine españolas. Le comenté que yo no la pude ver en México y que me informaron que existía una copia en los archivos de la Rank, en Los Ángeles. Me tuve que conformar con una crítica de Solares Tacubac en la que el viejo crítico mexicano la relataba puntualmente y la apostillaba con una sorpresa: ese tipo de toreo ligado en redondo ya se lo había visto en la desaparecida plaza Colón, también en la ciudad de México, al padre de Joselito, don Fernando Gómez “Gallo”. El recuerdo de aquella conversación en la Valencia de Venezuela, en la que comentamos que los aficionados de entonces estaban mejor informados que hoy, me retrotrae a mi última conversación telefónica con el “Vito”. Tenía pensado venir al próximo San Isidro y le dije que me interesaba su opinión sobre la marginación de la información taurina en España. El tema le apasionó. Para él la cuestión no solo involucraba a la Fiesta, además había que desmontar el imperante buenísmo de la izquierda reaccionaria, algo que competía a los socialdemócratas, si de verdad estos estaban dispuestos a un análisis serio de la debacle del socialismo antidemocrático que se apoderó del izquierdismo en el siglo XX, y más tarde de su sufrido país. Y me lanzó una pregunta a la que nadie se ha cuestionado: ¿Cómo habría escrito Ramón Pérez de Ayala su libro “Política y Toros” cien años después?
Lo estimulante de los grandes escritores taurinos, como Víctor López “Vito”, es que nos dejan como herencia la responsabilidad de escribir en serio de toros. No es fácil la tarea. La tauromaquia, tan antigua que remite a los orígenes de la historia, y tan nueva en su última y más profunda versión, la Lidia, es la más desconocida y garrulamente rechazada de todas las artes escénicas. Hay mucho que contar sobre las corridas de toros. Pero, en estos tristes momentos marcados por la desaparición de mi gran amigo de Venezuela, alejo de mi la tarea. Me consuela más reunirme con él. Y voy a leer otra vez su gran libro sobre la primera figura del toreo venezolano, César Girón, de quien me dijo Antonio Ordóñez: “Era el torero más competitivo que he conocido. Ya en el patio de cuadrillas leías en su mirada que la tarde no iba a ser como las demás”. Con el “Vito” no hablé lo suficiente del gran Girón, ni de Joselito Torres, que parecía un torero sevillano, ni de César Faraco, que tanto interesó al Papa Negro. Desde la distancia evoco la Venezuela taurina de Víctor López, las tardes en el Pequeño Circo de Caracas, la pasión del público merideño, el sabor torero de la plaza de Maracay, la gran plaza, el gran ferial de Valencia. Las recuerdo, ahora que empieza tu ausencia, gracias a ti, a tu espléndido libro sobre el César de Venezuela. Gracias amigo, tu ya te has ido, pero con nosotros están tus palabras, tu sólida y cabal sabiduría taurina.