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EL APODERADO – Roberto Domínguez, el apoderado tranquilo

Roberto Domínguez, el apoderado tranquilo

Me repito. Lo he contado otras veces: el primer apoderado de la historia lo eligió Pedro Romero cuando quiso cobrar por torear en Madrid lo que la Junta de Hospitales, gestora de la plaza de la Puerta de Alcalá, no quiso darle. El rondeño no se sintió con fuerza para contradecir a los notables empresarios y nombró a un intermediario que negoció con tanta determinación que dichos gestores le pidieron al rey Carlos IV que les echara una mano. Y así fue como el Rey sí cedió a las pretensiones del novedoso representante y Romero toreó en Madrid.

Durante todo el siglo XVIII el apoderado no fue sino un simple administrador del torero. En la Edad de Plata surgieron los primeros apoderados-estrella: Domingo Dominguín, Pagés y el Papa Negro han pasado a la historia del toreo. Después llegó el reinado de Camará en una Fiesta repleta de muchos y buenos apoderados. Pero el ex torero cordobés fue, entre todos, el apoderado químicamenete puro. Apoderado y solo apoderado, el líder de otros colegas que tampoco se salieron del tiesto. 

Pero duespués, cuando la fiesta taurina se convirtió en un gran mercado libre, absolutamente desregulado, sin incompatibilidades sectoriales, sin normas antimonopolistas,  sin una Federación que lo ordenara, proliferaron los apoderados subordinados a las empresas, las empresas que apoderaban y los apoderados e precario porque dejaban de serlo cuando sus pupilos alcanzaban cierto rango y eran captados por los grupos del oligopolio empresarial. 

El último apoderado-estrella que brilló por su rabiosa independencia fue Martín Arranz. Pero siempre cupo la duda si tan combativa independencia se debía a su catacter de castellano viejo o al insobornable talante torero y personal de su poderdante, Josélito. 

La perorata es larga, pero sirve para situar a un apoderado actual, independiente sin ínfulas de estrellato, con una gestión tan positiva como callada: Roberto Domínguez, ex matador de toros y veterana figura del toreo, con una completa de la Fiesta, pues su experiencia abarca todos los campos que debe dominar quien dirige a otra figura del toreo. Hace años, ese torero fue El Juli. Y hoy es Andrés Roca-Rey.

Una de las muchas tardes con el Juli en Madrid
Apoderado y su torero en la actualidad

Tal vez su formación se deba –no he hablado nada de esto con él- a Manolo Lozano, otro apoderado independiente que dirigió el período más importante de su carrera. Pero  ciertamente se debe más a su propia experiencia, la del ascenso difícil, el fracaso injusto, la travesía del desierto y el ascenso final, una historia plena de experiencias: la cornada que se olvida y el toro que no se olvida, la fama efímera y anonimato permanente. Experiencias que dejan un poso de conocimiento que el apoderado que fue torero puede transmitir a su pupilo. Se me ocurre un ejemplo. ¿Qué le dice o no le dice a Roca-Rey, que ha triunfado en Sevilla pero no ha entrado en Sevilla, Roberto Domínguez sobre aquella feria de San Miguel en que le robaron dos orejas para que no saliera por la Puerta del Príncipe? ¿Cómo lo asimiló él, cómo debe asimilarlo el torero de Lima si quiere abrir la mítica Puerta y no le dejan? Como quiera que sean los especiales matices que gravitan sobre una figura a la que los públicos miden como primera figuera, yo intuyo que Domínguz cumple, por experiencia y cultura taurina. los requisitos exactos para dirigir la carrera de una figura en los momentos más críticos de su ascenso. Pero, ¿cuáles son tan decsivos requisitos? A mi modo de ver, los siguientes:- Conocimiento, obviamente muy interiorizado, de la psicología del torero en todos los avatares de su carrera: el control del triunfo, sus debelidades anímicas, el techo de sus posibilidades, la sima que no se le debe consentir, su comportamiento ante la competencia de sus iguales, la terapia contra las pérdidas de sitio, las posibilidades ocultas de su torero y sus límites.- Conocimiento del toro, de los diferentes encastes, de las distintas ganaderías, del toro de todas y cada una de las plazas del toreo, el estado de cada una de ellas, las divisas que debe torear su torero y los toros de esas mismas divisas que debe torear según las plazas y las ternas con las que alterne.- Conocimiento de las empresas, de sus gestores, de las cotizaciones según las plazas y según el momento de su torero y/o del momento de las plazas y de sus gestores. – Conocimiento del tratamiento de la imagen pública de su torero, la singularidad del informador taurino y su equilibrada colaboración con los medios audiovisuales.

Pero más importante que todos esos conocimientos objetivos, que reune con sencilla naturalidad Roberto Domínguez, es el necesario conocimiento de sí mismo y de la solera que le regaló su maestro y tio Fernando Domínguez, para asumir que el importante es el torero que representa, para gestionar su carrera con autoridad y sin prepotencia, para triunfar sin que se note. 

Evidentemente, el culpable de los triunfos de Roca-Rey –también los de este año, con Roberto de apoderado- es Roca-Rey, aunque las cosas se le hayan hecho rematadamente bien. Y también es evidente que sin un gran torero no hay un gran apoderado. Pero dirigir la carrera de una primerísima figura del toreo, como lo es Roca-Rey, resulta mucho más complejo que dirigir la de un torero cualquiera. Que su poderdante ocupe el puesto que debe ocupar en todas las ferias y en todos los carteles, que gane el dinero que debe ganar, pone a prueba el nivel del apoderado tranquilo en que se ha convertido Roberto Domínguez.

Roberto Dominguez y Andrés Roca Rey antes de que el matador haga el paseíllo.

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