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El Toro

ENSAYO – El toro, un versátil actor dramático

Foto de Alberto Simón.

El toro de lidia es un animal aparte. Para empezar tiene nombre propio, como las personas, no como el resto de los animales carentes de individuación, salvo el caballo, que eleva de rango al humano cuando lo nombra caballero. O como el perro, amigo del hombre. El toro lo merece porque es un medidor de hombres. Su apelativo lo hereda por línea matrilineal. Por ejemplo, el hijo de la vaca “música” puede llamarse “músico”. De ahí, que el toro de lidia pertenezca, como el ser humano, a una familia: la reata que le da nombre. Y sea miembro de una tribu: la ganadería a la que pertenece su reata. Es, por tanto, un animal aristocrático, con su árbol genealógico rigurosamente datado desde hace siglos.

La individuación del toro de lidia no es gratuita. La forja su comportamiento en la plaza, pues su singular bravura diferencia a cada uno de todos los demás. No hay un toro igual a otro. Su intransferible identidad se la confiere el hombre que lo torea, el torero que descubre su bravura, su bravuconería o su mansedeumbre (eso sí, mansedumbre de toro bravo). Y como esa identidad va desvelándose a lo largo de la lidia, gracias a la narración escenificada por el lidiador, el toro emerge en el ruedo como un actor de sí mismo con un poder de comunicación asombroso. Emisor de peligro, agente del miedo humano o estimulador de su valor, de su maestría y de su arte, se convierte en un calibre de hombres, del torero al que examina, deparándole el triunfo o el fracaso, la gloria o la cornada, la cual es una muerte pequeña, o la muerte definitiva.

Su intervención actoral en la lidia es de una fuerte eficacia psíquica. Su agresividad defensiva estremece a la plaza, su sosería la adormece y su bravura la enardece. Inconsciente de sí, se ignora como actor, pero lo es; colabora con el torero, pero quiere destruir la obra de arte en la que participa involuntariamente, pues mientras ataca para matar el hombre, este crea con su inconsciente colaboración una obra de arte. Por eso, la lidia no es un combate, no puede serlo una lid entre desiguales, en la que toro ataca y el hombre torea. Es una obra de arte escénico a la que el toro se presenta como un emisario de muerte, y el torero, un artista que con su peligro crea pasajes plenos de belleza. Sí, son dos seres distintos, uno racional y el otro instintivo. Pero los dos juntos pueden contar historias imborrables. Afortunadamente, todos los años ofrecen unas cuantas. Insisto, la tauromaquia es el único arte escénico interpretado por el hombre y el animal. No es gratuito que los mejores toros pasen a los libros que narran la historia del toreo. Y lo hacen con su nombre propio, el de su reata, que es su familia, el de su ganadería, que es su tribu. Animal mítico, porque en la plaza se metamorfosea en actor, abandona su identidad zoológica para asumir su identidad actoral. Y por sus hechos pasa a la historia taurina, como los grandes hombres pasan por sus obras a la historia de la humanidad. Rey de los bovinos, eterno rebelde a la domesticación, hijo nautural del uro primigenio, es el rey de la fauna. Un animal, y algo más. Mucho más.

Continuará

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