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El Toro

EL TORO – Sobre el toro de hoy

por José Carlos Arévalo

La fuerza es el soporte de la bravura. Sin ella el toro no puede expresarla. Acudo a esta obviedad para declarar, contra una expresión opuesta muy extendida, que un alto porcentaje de los toros lidiados en la Feria de Abril, hasta el día de hoy, habrían sido considerados bravos si los hubiera apoyado un poco más de vigor.

Sí, ya sé que a esta afirmación se responderá: ¿Y qué me dice usted de su comportamiento en varas, respondieron tantos toros, cuando todavía están enteros, con la bravura que les otorga? Y a la objección respondo que ninguno rehusó la suerte, como sucedía antaño. Y si que se han visto pocas peleas espectaculares, se puede imputar a los toros falta de ímpetu, pero otro gallo nos cantara si el caballo pesara como los de antes, no mucho más de 500 kilos, si el peto de borra los hubiera permitido romanear, y no digamos, si los hubieran picado sin peto, como hace un siglo. Entonces, hasta el más feble de los lidiados habría aterrorizado a la plaza. 

Pero es cierto que el común denominador ha sido la falta de fuerza, en varas y en los engaños. Una merma que les impone, a veces, una embestida defensiva, y casi siempre, embestidas cortas, o poco humilladas, con las manos por delante, y falta de ritmo y pocas embestidas repetidas, aunque no falta de bravura, porque casi todos respondían al cite con prontitud cuando este era sincero, y la prontitud significa valor, en el toro sinónimo de bravura. Además, siempre obedecían al toque, lo cual significa entrega, cualidad de la bravura, una fijeza impropia de la mansedumbre. Incluso cuando se metían por dentro lo hacían sin mala intención. Pero es cierto, también en un alto porcentaje la debilidad ha conspirado contra la bravura. Y ahora salta la incógnita: ¿A qué se debe tanta blandura? Puede que en estos tiempos de acoso económico para la ganadería de bravo, la nutrición no haya sido la más óptima. Puede que la preparación tampoco haya sido la adecuada. Pero desecho estos dos factores, las divisas anunciadas no incurren en tal descuido cuando se anuncian en Sevilla. Tal vez, la lacra se deba a errores de selección que olvidan la casta como el otro cimiento de la bravura. Pero los toros “Principe”, de El Parralejo, “Patatero”, de Victorino Martín y “Filósofo”, de los hermanos Matilla, habían comido y vivido igual que sus hermanos. Y fueron bravos y encastados, tres toros de bandera. “Príncipe” se transmutó en embestida, una embestida enclasada, desinhibida, la quintaesencia de la bravura. “Patatero” cumplió el aserto mexicano que dice “cuando el toro se para para embestir, y embiste con fijeza, templanza y entrega absolutas, entonces empieza el toreo verdadero”. Y “Filósofo” desplegó bravura y casta, viveza y clase, y una combatividad inextinguible. Y a los tres les asistió la viveza, que no se relaciona con la fuerza y es patrimonio de la casta. No está mal para lo que llevamos de feria.

Pero si la endeblez no fuera la asignatura pendiente de la ganadería de bravo, otro gallo cantara a la Fiesta.

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