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Editorial

San Isidro. Año 2025. (3ª parte)

Fotos Alberto Simón/ plaza uno A.Arevalo/ circuitos taurinos

Apuntes de un aficionado

Impertinente.

27 de mayo Mansedumbre absoluta, aburrimiento total

Si las corridas de toros fueran como la que Dolores Aguirre lidió ayer en Madrid, el que suscribe habría dimitido como aficionado hace muchos años. El mastodonte manso, con muchos cuernos, mucho esqueleto, muchas carnes, mucha torpeza, mucha cobardía y ni una gota de bravura, es un toro que no se merece el público de Madrid -quién sabe, quizá sí, ayer pitaron a Robleño porque se quitó de encima a un manso que se defendía a tarascadas-, ni se lo merecen los toreros que se anunciaron para matarlos. Los toros de Aguirre parecen seleccionados, alimentados, saneados y preparados para que los toreros las pasen putas y los aficionados del 7 toquen el cielo. Pero no se equivoquen, los del 7 no tienen un pase, y también los pitaron porque en el fondo son unos aficionados corruptos que prefieren los toros que embisten. Tampoco tienen la culpa de confundir el genio, que es defensivo, con la casta, que es ofensiva. Sí son culpables de erigirse en defensores de una verdad que desconocen. Y se tenían muy merecido el bromazo de los “aguirres”. Pero yo no, que soy un corrupto confeso, partidario del toro bravo. Por lo que me abstengo de comentar la soporífera corrida de ayer. De mansos y cabezudos galafates no entiendo.

28 de mayo: Morante hace historia en la plaza de Las Ventas

Por José Carlos Arévalo

 Hay toreros que cortan orejas (en Madrid), hay toreros que abren la Puerta Grande (en Madrid), hay toreros que son grandes lidiadores y que son reconocidos por la afición (en Madrid). Y hay un torero que es mejor que todos ellos (en Madrid y en cualquier plaza del mundo). Se llama José Antonio Morante (de la Puebla) y hoy, en Madrid, ha hecho una de las lidias más bellas que un aficionado cabal pueda imaginar. ¿Por qué templó la primera embestida de “Seminarista”, negro listón chorreado, con 582 kilos, y dos pitones reunidos pero pavorosos, antes de saber cómo se las traía? ¿Por qué tuvo la seguridad de que su temple de seda había convertido la presunta violencia del morlaco en una imprevista y continuada cadencia para el resto de su pelea en el ruedo? A esto no hay listo que responda. Otra pregunta: ¿Hay alguien que pueda explicar la técnica del milagro? El gran Bergamín decía que el toreo se hace y se dice. Para hacerlo se debe dominar la técnica del toreo. Y solo sobre esa imprescindible técnica se puede decir el arte de torear. ¿Pero cómo se explica que el decir se anticipe al hacer?  Morante contagió el toreo dicho a un toro que se transformó en su cómplice al servicio de la belleza porque sus embestidas se hicieron morantianas, contagió a Aurelio Cruz su picador, el primero que pica arriba, delanterito, en el morrillo y con temple en lo que llevamos de feria, contagió de armonía el ole de Madrid, clamorosamente acoplado a la cadencia de los sublimes pases naturales, de los catedralicios redondos, de los épicos pases de pecho, de los mecidos pases de la firma, de los pases de trinchera, de un luminoso farol invertido, todos ellos muletazos conocidos pero vueltos a conocer, no repetidos sino recién acabados de inventar. Pero ya antes Morante había dicho que estaba sobrado, más desinhibido que en un tentadero, cuando quitó con un vaso de agua que estaba bebiendo en la bocana del burladero, y recortó con naturalidad y destreza el furioso galope del toro que perseguía a un banderillero sin posibilidad de que tomara el olivo Torería grande, sin cuento, la de verdad. Todo el toreo en un solo torero. Toda la plaza contagiada desde el primer lance a la estocada. Morante mató al bravo, noble, enclasado, tremendo toro de Justo Hernández, de una estocada honda, en buen sitio, de la que “Seminarista” tardó en morir, y como solo acertó al tercer descabello, el presidente, Ignacio Sanjuán, le negó la oreja o las orejas unánimemente reclamadas por el público de Madrid. Porque la faena, la lidia entera, era de dos, de Puerta Grande y los tendidos no solo habían jaleado sino comulgado con el toreo, de principio a fin.  A buen seguro el Usía, que desobedeció el reglamento, ese libro escrito, según el gran Paco Ojeda, para los que no saben de toros y que prescribe que la primera oreja la decide el público, también desconoce lo que el maestro Antonio Ordóñez decía del descabello y la puntilla: “El toreo termina con la estocada, lo que viene después es trabajo de matarife”. Por supuesto, tampoco sabe que un burócrata de medio pelo nunca podrá medir a un artista.

Me gustó el público de Madrid. Cuando pidió las orejas, cuando abroncó al presidente, cuando pitó a Morante en el cuarto, aunque no advirtiera que el toro solo embestía con el tercio delantero y, por tanto, no se le podía torear. Y me gustó cuando una ovación tapó los pitos con que algunos quisieron despedir al maestro que había hecho historia en la plaza de Las Ventas. Grande entre los más grandes del toreo, el genio de la Puebla había restaurado, cohesionado el esquizofrénico público venteño, y lo había devuelto a su ser, de nuevo convertido en el más impresionante coro taurino.     

Pero no me gustaron Talavante y Rufo que, atenazados por el síndrome morantiano, se dejaron ir dos buenos toros de Justo Hernández, a quien hasta los galafates destartalados le embisten.   

Y mañana, Roca Rey con los toros de El Torero.    

San Isidro. Año 2025

                                              
29 de mayo: El odio de los mediocres

Roca Rey es un torero poderoso, tiene valor, temple, entrega y aguante, y torea con toda la verdad puesta en los engaños. Roca Rey llena las plazas, sostiene los abonos, triunfa en España y en América. Y en su país, Perú, es un valladar contra el abolicionismo, que es hoy la bandera conformista de la izquierda subnormal.

Como se puede comprobar, Roca Rey reune todos los requisitos para ser odiado por los buenos aficionados, los inquebrantables portavoces del dogma taurino, los valedores de la esencia del toreo, los degustadores del toro grande y destartalado, los que en Madrid se han erigido en guardianes de la Fiesta.

Pero Roca Rey, el transgresor que se ha permitido, sin su permiso, ser el líder del toreo, es dueño de una coraza impenetrable. O es sordo y no oye los truenos del 7, o tiene una moral de piedra. Ajeno a la galerna, lidió y toreó a sus dos toros con elegante gallardía y apabullante torería. El público, ese que no sabe pero sí sabe, pidió la oreja de su primer toro y consiguió que el presidente le otorgara la de su segundo. Lo de este torero es asombroso. Toreó y triunfó en medio del vendaval como si estuviera entrenando en el patio de su casa.

Al limeño lo acompañaron Diego Urdiales, que no tuvo su tarde, y el toricantano Rafa Serna, que sí la tuvo y cortó una oreja. La corrida de El Torero, si hubiera tenido algo más de vigor habría sido la corrida de la feria.

 30 de mayo: Los del 7 se ceban con Marcos Pérez, que se encerró con seis serios novillos

A quienes pitan antes de tiempo se les ve el plumero. ¿Cómo calificar a quienes boicotean durante toda la tarde a un novillero de 17 años, que se encierra con seis novillos muy serios en la plaza de Madrid? Que el palabro lo ponga el lector. Los tres novillos del Freixo y los tres de Fuente Ymbro tenían romana de toro, casi la edad de toro. Pero no eran toros porque así lo dicen sus fechas de nacimiento. Aunque eran toros, diga lo que diga quien lo diga.

O sea, que Marcos Pérez no debutó en Madrid con ventajitas. Además, tanto los de El Juli, como los de Ricardo Gallardo, no regalaron una sola embestida. Había que extraérselas con valor, maestría y torería. Y las tres virtudes las tiene, de sobra, este excelente torero, que dejó dibujados en el ruedo de las Ventas muletazos de alta factura. Y como los funos eran de los que no dejan ponerse bonito, el salmantino nos lo compensó  jugándose el tipo. Sufrió dos volteretas espeluznantes, se fue a porta gayola tres veces seguidas, hizo quites variados a toros que no se prestaban y mantuvo en vilo a la plaza durante toda la tarde. Pero como mató muy mal perdió dos o tres orejas y se fue por su pie al hotel.

Los del 7 hicieron el ridículo con eso de “crúzate” y “estás fuera”. No tienen ni puta idea de lo que es el toreo cambiado y para qué sirve y no tienen ni puta idea de lo que es el toreo en línea natural, ni por qué solo en línea natural se puede ligar el toreo en redondo.

Dos conclusiones: la primera, el 7 está destruyendo el prestigio de la seria plaza de Madrid. Y la segunda: A Marcos Pérez, al que se debe reconocer su entrega y su destreza, todavía no le hemos visto en Madrid.


Evasión y desintoxicación en Aranjuez

Soy un aficionado madrileño. Me hice adepto a la Fiesta en la plaza de Las Ventas. Vi mi primera corrida el año 1951. Y desde entonces he sido fiel a esta plaza. Incluso cuando por mi oficio de periodista residí en otros países hice viajes clandestinos para no perderme

algunas corridas. He visto toros en la andanada, la grada, el tendido, la barrera y alguna vez en el callejón. He ido al sol, a sol y sombra y a la sombra. Me he sentado junto a todo tipo de espectadores, con turistas incautos, con toristas primerizos y con grandes aficionados. Y he padecido el mal del torismo primario, que es la enfermedad infantil del aficionado. Pero no la afiliación al toreo puritano, que es la enfermedad incurable de los que nunca tendrán ni idea. O sea, que conozco mi plaza desde los cimientos al tejado. Por tanto, y sin más preámbulos y con la misma libertad de expresión y harto de quienes la han convertido en un foro tabernario, el domingo tomé las de Villadiego y me fui a Aranjuez. Sabia decisión. Mi evasión de la Feria de San Isidro volvió a fortalecer mi afición. Al salir del Real Coso estaba curado, desintoxicado, No me había reencontrado con el toreo sino con un toreo que no se ve nunca, que al menos yo no había visto jamás, ni en las mejores tardes de sus dos autores, Morante de la Puebla y Juan Ortega. Morante ha rotola estructura de la faena de muleta, la vigente e impuesta por Manolete. La suya es una faena al encuentro, de suertes inspiradas por el estado del toro en cada momento del trasteo, y los mismo la faena da comienzo con muletazos finalistas que en su centro aparecen pases de apertura. Todo el toreo sucede según lo que el toro pide al torero o éste le pide al toro. Y todo ello mientras la gente enloquece por la sorpresa de la suerte elegida y se cautiva por la belleza de su ejecución. La genialidad se apodera del coso y el arte se transforma en fiesta. Morante se ha convertido en uno de los toreros más grandes de la historia. Le dieron tres orejas. Pero eso es lo de menos.  No fue menor lo que hizo Juan Ortega. Este torero es el último eslabón en la evolución del temple. Y quizá el último. Porque no se puede torear con un trazo tan majestuoso y un tempo tan lento. Y no por obra de la lidia o de que el picador atempere al toro en la suerte de varas. No, Ortega lo para ya de salida. Incluso al toro con muchos pies, lo envuelve con su capote, le obliga a refrenar su galope enseñándole a deslizarse en línea curva. Y se diría que entra en otro campo magnético, de imantación lentísima. Y en efecto, se paran los relojes, se congela la emoción, se prolonga el éxtasis, la plaza se sale de la realidad, mientras el toro desliza su embestida como una ola que se desvanece en la arena Y el ole ruge herido, agradecido, conmocionado.  Y la faena se torna en poema. Lo confieso, yo nunca había visto torear así. Le dieron dos orejas al unísono y un rabo instantes después. Pero eso es lo de menos. Manzanares dio algunos pases buenos, mató muy bien, cortó dos orejas, y estuvo por debajo de sus dos toros.

¿Los toros de Núñez del Cuvillo? Embistieron seis de seis.

De la cátedra de Las Ventas convertida en taberna golfa al Real Sitio convertido a la magia del toreo. Y mi afición curada, desintoxicada

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