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LOS ARGUMENTOS DE LA FIESTA – Precisiones sobre la muerte del toro en el ruedo

Foto de Alberto Simón.

Breves precisiones para reflexión del aficionado. Se desaconseja su lectura al antitaurino puritano, irreflexivo y dogmático.

Uno. La muerte sacrificial del toro está fuera del tiempo, es de todos los tiempos. Sucede como rito fundacional en las mitologías indoeuropeas y semíticas. Y permanece en las culturas ibéricas desde la prehistoria hasta hoy.

Dos. En la lidia, arte escénico de la tauromaquia, el toro es un actor trágico que en el ruedo encarna el destino mortal del torero. Torearlo, convertir su violencia en arte  supone superar la máxima prueba, vencer al destino, hacer la suerte y matar a la muerte. Sin este acto final, que consiste en matar al toro, la lidia carecería de sentido.

Tres. El sacrificio del toro es catártico porque su muerte entraña la vida del hombre que lo lidia. Y por identificación, la del coro –el público- solidarizado con su semejante en peligro. La corrida de toros restaura esta ley natural de solidaridad específica, muy común entre las especies mamíferas, infalible en la especie humana.

Cuatro. La muerte del toro no es un acto cruel porque el toro es actor de la violencia, promotor del miedo, y el torero, su receptor. Todas las suertes del toreo exigen a quien torea que se juegue la vida al hacerlas. Y la suerte más peligrosa para el hombre es la de matar al toro. No se puede sentir a la vez miedo y crueldad.

Cinco. La lidia es una tragedia festiva porque visualiza la muerte, encarnada por el toro, como parte de la vida, representada por el torero. Toro y torero las funden en el toreo, danza abismal entre la la luz de la razón y la noche violenta del instinto. Torear es ir en busca de la muerte, verla en los ojos del toro, sentirla en la embestida, torearla, matarla y regresar. 

Seis. En la lidia, el toro muere dos veces. La primera es una muerte imaginaria, porque en el ruedo el toro no es un ente zoológico como en el campo, sino un ser creado por las sensaciones que en el humano produce: fascinación ante su bella violencia. La segunda es una muerte real, porque detrás del toro imaginario hay un toro de carne y hueso, cuyos móviles letales desconocemos y nos fascinan. 

Siete. La lidia es un arte escénico interpretado por dos depredadores atípicos. El toro mata a su presa y no se la come. El hombre tampoco mata al toro para servirse de él, sino para torear su bravura.

Ocho. Cuando el toro muere después de ser lidiado ha dicho cuanto debía decir de sí mismo -nos ha contado toda su bravura- y nada le queda por hacer en la vida. En la estocada nos da su última y más peligrosa embestida. Y muere.

Nueve. La bravura es el alma del toro en la lidia, y su muerte exige al torero que se juegue la suya. Entre todos los animales, seres orgánicos desindividualizados, el toro es un ser individualizado por su bravura. Por eso tiene nombre propio, heredado de la madre; tiene familia, la reata; y tiene patria, la ganadería a la que pertenece. Y el nombre de los toros más importantes queda registrado en los anales de la tauromaquia. 

Y Diez. En el ecosistema del toro, la selección de la bravura -bajas de las vacas de vientre no aptas para transmitir la bravura- y su prueba definitiva –bajas de los toros en las plazas- garantizan el equilibrio demográfico de la ganadería de bravo, una explotación extensiva donde el bovino cumple todas sus edades –lechón, becerro, eral, utrero y toro-, un hábitat privilegiado, diseñado de acuerdo con su estructura biológica, el único garantizado en Occidente a un animal desde el siglo XVIII. Ecológicamente, el sacrificio del toro en la plaza y de la vaca en la tienta son la base del equilibrado ecosistema del toro bravo.

Conclusión. La corrida de toros existe porque el toro, en las suertes ofensivas (motivacionales) de la lidia –la de varas y la de banderillas- bloquea su dolor y palía su estrés. El viejo aficionado, ante la evidencia de que el toro vuelve y vuelve al reto de la suerte de varas, decía “que el toro bravo no se duele al castigo” y la moderna ciencia  biológica ha demostrado a principios de este siglo que su mecanismo neurohormonal  bloquea su dolor hasta el mismo momento de la estocada. Y entonces muere.      

José Carlos Arévalo.

Continuará. Próxima entrega: La moderna negación de la muerte   

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