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El Ganadero

EL TORO – Polémica sobre la bravura

por José Caros Arévalo

Dijo Juan Pedro Domecq Díez que “la bravura es la capacidad que el toro tiene de embestir hasta la muerte”. Y dijo bien. Porque la lidia se divide en tres tercios y la obligación del toro es embestir con la misma codicia de principio a fin. 

Pero los antiguos aficionados solo valoraban la bravura en su pelea con el caballo. Hasta tal punto que el más bravo era el que más caballos mataba (cuando no había peto). Por supuesto también valoraban cómo luchaba. Si respondía pronto al cite del jinete, si acudía en rectitud, si se encelaba en la suerte, si se crecía de una vara a otra. Luego, su comportamiento en los dos tercios siguientes lo estimaban secundario. Y es que entonces, el tercio de varas ocupaba la mayor parte de la lidia. El de banderillas tampoco era poca cosa. Dado que el toro quedaba muy extenuado tras su pelea con el picador, a los rehiletes llegaba muy a la defensiva. Y era interesante observar la destreza con el toro aculado en tablas, al que banderilleaban al sesgo; los cuarteos tenían emoción porque muchos toros, bastante parados, tapaban la salida y había que llegarles mucho, o incluso banderillearlos a la media vuelta; a los parados como estatuas se le pareaba a topacarnero; el par al quiebro se hacía en los adentros para que la paralela de tablas incentivara la embestida; y el de poder a poder era menos frecuente, porque precisaba un toro muy entero y se valoraba en consonancia, pues no todos embestían en rectitud. Sin embargo, no se los medía en la muleta, a la que llegaban con pocas, sabias, defensivas, cortas y altas embestidas.     

Cuando el toro se hizo más bravo (su gran evolución empieza a finales de la Edad de oro) y ofreció embestidas completas y algo más humilladas, los toreros midieron su castigo en varas, de manera que su mayor entrega no acabara con su vigor, y que cogieran aire y se reavivaran al galopar en banderillas, y que guardaran más embestidas para la muleta.

A partir de entonces la bravura se expresó con mayor variedad. En la jerga ganadera, mostrando diferentes “caracteres”: prontitud, fijeza, humillación, viveza ofensiva, clase, casta, templanza y hasta pastueña obediencia. No siempre a la vez, o mejor dicho casi nunca, y en ocasiones solo algunos de ellos. Pero todos tienen su antónimo que, naturalmente, pertenece a la mansedumbre (evidentemente, a la mansedumbre del toro bravo). O sea, tardear, desviar la vista, no humillar, viveza defensiva, bronquedad, falta de raza, destemplanza y sosa desobediencia. 

Pero la emoción, que es un factor imprescindible del toreo, complica en ocasiones la justa apreciación de la bravura. Pues en el ruedo se pueden ver y valorar dos emociones: la emoción de la casta, que es propiedad de la bravura, y la emoción del genio, que pertenece a la mansedumbre. Las dos son legítimas. Pues emocionante y admirable es ver cómo un torero domina el genio avisado, defensivo, del mansurrón, y fascinante es la emoción provocada por la casta ofensiva del bravo, cimiento del buen toreo. 

El problema estriba en que hoy supuestos buenos aficionados valoran más el genio que la casta. Y en cierto modo su error tiene explicación. La prontitud y la fijeza son privativas del bravo, pero generan tal fidelidad al engaño que si al torero  le falta arte, o entrega, se aplaca la emoción inherente al toreo. Pero su error se basa en que dicha merma se atribuye al toro y no a su causante, una suerte de varas demoledora que mitiga la potencial agresividad de las embestidas. Y de ahí que se considere “comerciales” a ganaderías muy bravas y toristas a ganaderías muy mansurronas. Aunque, para no perder la ecuanimidad, también se debe resaltar que hay ganaderías toristas con toros muy bravos que terminan por defenderse y avisarse porque los machacan sistemáticamente en varas.

¿Cómo podría deshacerse entre los aficionados el malentendido que hoy confunde el genio defensivo con la casta ofensiva, la mansedumbre con la bravura? De una sola manera, reformando la puya actual, demasiado ofensiva, y el caballo de picar, demasiado grande y pesado, y sustiuyendo el tenso peto de material antibalas por el antiguo peto de borra. Parafraseando al filósofo, el toro es lo que es y lo que las circunstancias lo hacen ser.      

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