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COLECCIONES – Argumentos para el aficionado (4). ¿Qué siente el toro durante la lidia?

Foto Alberto Simón

Los viejos aficionados ya lo sabían. Por eso sentenciaron: “El toro bravo no se duele al castigo”. Pero aquella certidumbre no la podían probar. Lo afirmaron porque el toro se lo demostraba con su comportamiento ofensivo, indiferente al dolor. Pero el sentido común no tiene valor de prueba. Las evidencias pueden ser engañosas. Como también lo es la conclusión del animalista antitaurino cuando arguye que las heridas de la puya y las banderillas tienen que dolerle. Y al decirlo igualmente apelan al sentido común.

Por otra parte, los aficionados piensan, frente a los animalistas, que si el torero no superara su miedo y el toro su dolor, el toreo carecería de interés. Son dos posturas opuestas, una bravía y la otra casi franciscana, pues para que esta lo sea plenamente al animalista debería importarle tanto el toro como el torero, pero éste le trae al fresco.

El científico se hace otras preguntas. Le sorprende que el toro bravo actúe como si la lidia no le doliera. Su indiferencia al dolor, opuesta a las reacciones de casi todos los animales en parecidas circunstancias, le intriga, y estimula su insatisfecha voluntad de saber, porque durante muchos años aceptó que no podía resolver la incógnita. Pero la biología avanzó de manera exponencial en el último tercio del siglo pasado y acudió en su auxilio. Se descubrieron entonces muchos procesos neuronales que son el andamiaje orgánico de comportamientos hasta ahora inexplicables. Por ejemplo, la bravura. Muy recientemente, varios científicos españoles interesados en la intrigante conducta del toro durante la lidia – Fernando Gil Cabrera, Julio Fernández, Juan Carlos Illera, han demostrado con la veracidad inapelable de la comprobación científica que le amparan unos mecanismos neuroendocrinos de una eficacia sin parangón con respecto al resto de los bovinos, menos dotados para gestionar el dolor.

En efecto, diversos neurotransmisores actúan instantánea  e intensamente como respuesta a las incisiones de la divisa, la puya y las banderillas cuando pinchan la piel, no el músculo, donde su operatividad es mínima. Así, sus betaendorfinas, con una potencia doscientas veces superior a la morfina, bloquean el dolor allí donde se produjo la herida; un fuerte caudal de cortisol incentiva su agresividad y una baja cota de serotonina lo centra para la lucha. Son tres neurotransmisores de un proceso hormonal muy complejo que explica por qué embiste el toro de lidia, bovino biológicamente superdotado, cuyo comportamiento no había sido investigado hasta ahora.

La prospección fisiológica también ha desvelado rasgos diferenciales del toro de lidia. Se ha comprobado que está dotado de una doble circulación coronaria, algo así como un bypass natural que lo previene del infarto. Su cortex cerebral, superior al del resto de los bovinos, amplía su capacidad de recursos en el combate y el tamaño menor amígdala cerebral lo iguala a la de otros mamíferos agresivos. El toro de lidia, descendiente del toro ibérico rebelde a su domesticación, presenta un mapa genómico más coincidente con el del agresivo uro primordial que el resto de los bovinos. Quizá ese parentesco más cercano con el uro antecesor explique enigmas del toro bravo, como el de ser el único bovino que siendo un herbívoro-presa se comporta como un depredador omnívoro, salvo el misterioso y lógico hecho de que tras matar a su presa no se la coma, lo que vuelve a identificarle con el uro, que atacaba para defender su territorio. Pero hay otros enigmas todavía no resueltos, como el de su variabilidad genética, muy superior a la de todos los bovinos sin joroba juntos. Hasta tal punto que si todos ellos desaparecieran, con el toro de lidia se podrían reconstruir todas las subrazas bovinas, mientras que la suya no habría modo de recomponerla con el resto de su especie.

Tal vez, la singularidad del toro bravo se deba al factor evolutivo provocado por su adaptación el combate milenario que mantiene con el hombre de la península ibérica. Por ejemplo, su vista mucho mejor dotada que la de todos sus parientes mansos. Por supuesto, los ojos del toro son ejercitados por el toreo de manera eficaz: la enorme dilatación de sus pupilas, provocada por el galopante estrés del viaje, empieza a reducirse a partir del pinchazo inferido por la divisa. Aumenta con la suerte de varas y se equilibra con las banderillas. Y cuando llega a la muleta, ya normalizadas sus pupilas  concentran su visión en el engaño. La lidia es un método que podemos considerar perfecto. Así, el segundo tercio, que sucede al gran gasto energético que le supone al toro su pelea contra en caballo y el esfuerzo que le exige respirar embistiendo a los capotes con la cara humillada, los corrige el galope enhiesto que le imponen las banderillas al restaurar su respiración, oxigenar su sangre y revitalizar su musculatura, a la par que el pinchazo de los rehiletes remata su juego neurohormonal. Por eso, su estado al llegar al último tercio se podría calificar de bienestar para el combate pues ha terminado de bloquear su dolor y, aunque atemperado, ha recobrado su forma física. Por supuesto, lo único que no puede gestionar es la herida mortal que le produce la estocada. Pero entonces muere.

Resumiendo: 1. El toro de lidia es un superbovino, el supremo prototipo de toda su especie, al que los ganaderos de bravo confiaron un hábitat sin que ningún otro que lo iguale en el mundo animal, en contraste con la indiferencia oficial que recibe su conservación en todos los países taurinos. 2. La lidia del toro en el ruedo es un rito incruento, se acopla a su identidad agresiva, y su vida, para el humano, adquiere sentido: el toro muere cuando su bravura ha dicho cuanto tenía que decir. Y 3. El ecosistema de la tauromaquia es inobjetable: el toro vive en una explotación extensiva, 1’6 cabezas por hectárea, cumple todas sus edades a diferencia de los bovinos para abasto, se alimenta con pastos naturales y en su último año o en las fases críticas de su desarrollo consume piensos de alta calidad, su saneamiento es perfecto, y cumple todas las edades del toro: añojo, becerro, eral, utrero, y cuando llega a toro ha alcanzado su cumbre biológica.

No se puede acusar a las corridas de ser un espectáculo cruento si se conoce lo que le pasa al toro por dentro durante su pelea en el ruedo. Pero lo dicho no libera al público taurino de la acusación de cruel complacencia ante el sacrificio del toro. ¿Es justa tal acusación?

Próxima entrega: Colecciones (5). ¿Qué siente el público hacia el toro cuando asiste a su lidia?   

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