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El Ojo Crítico

EL OJO CRITICO – Jerarquizar el toreo: Morante y Roca Rey

Fotos LOZANO/Alberto Simon

El escalafón no califica a los toreros, Del primero al último los ordena por el número de corridas que cada uno torea. Nada más. No los jerarquiza por su calidad, por las grandes tardes que ofrecen, por la regularidad de sus triunfos, tampoco por el número de orejas conseguidas. Y es que el toreo, como todo arte, no se puede evaluar en cifras. El año pasado Morante toreó cien corridas, pero no por torear más que nadie fue el primero de todos los matadores, sino porque hizo el mejor toreo de todo el escalafón. Pudo cortar más orejas de las que obtuvo, pero los palcos presidenciales fueron parcos en otorgarle los trofeos que merecía. Solían concederle una oreja por faenas de dos. Los usías no estuvieron a la altura. Acostumbrados a premiar faenas cerradas -planteamiento, nudo y desenlace muy rotundos, la faena estructurada por Manolete, cuyo esquema han asumido todos los toreros- y desconocedores de la faena abierta –preguntas al toro, respuestas de este, sin un esquema previo- fueron incapaces de valorar con justeza la inspiración como hilo conductor del toreo morantino. Sí, eran faenas abiertas, deslumbrantes paso a paso, pase a pase, pero el hilo conductor que las redondeaba y las cerraba justo antes de la estocada. Eran faenas consumadas, habían extraído todas las prestaciones del toro, toda su bravura. Era faenas forjadas con maestría y expresadas con arte excelso.  

Por el contrario, el público sí estuvo a la altura. Captó que el diferente comportamiento de los toros puede ser toreado con brillantez -en el caso de Morante, con una maestría siempre dicha con arte- y solicitó más trofeos de los que obtenía el de La Puebla.

El desajuste entre palco y tendido enfrenta dos actitudes ante la lidia. Una, preconcebida,  la escala de valores fijos, dogmatizados, y la otra, abierta, cómplice de la búsqueda del torero y de sus hallazgos. Para el tendido, la faenas de Morante cobran sentido pase a pase, y a la postre se consuman como la faena cerrada que Manolete instituyó para siempre.

Pero en el toreo siempre hubo un grupo de notables aficionados cursis. Y ahora más que nunca. Legitiman su exquisita afición por los exquisitos toreros de su preferencia. Desconocen estos refinados aficionados el aserto de Rafael Ortega “Gallito”: “Mejor aficionado es aquel a quien caben más toreros en la cabeza”. Una afirmación confirmada por el toreo: torear es abarcar, dominar, extraer en cada lance, en cada pase, toda la bravura que el toro entrega en su embestida. Quien así consuma el toreo es un gran torero. ¿Pero torea con arte? Por supuesto. Todos los que saben torear son grandes artistas. No lo reconocen los aficionados exquisitos, probablemente porque no saben lo que es torear. Y también porque el concepto del arte es muy restrictivo en la tauromaquia. Si se juzgara a la pintura con los mismos parámetros solo serían artistas Rafael o Murillo y casi todo el resto, buenos pintores. En este orden de cosas, el Goya de las pinturas negras sería un Dámaso Gonzalez, Solana, un Chamaco. Pero hay una definición esclarecedora del arte de torear, la de Antonio Bienvenida: “El arte de torear es todo lo que sobra, una vez se ha hecho la suerte como mandan los cánones”. ¿Y qué ese sustancia sobrante a la que Bienvenida llama arte? La huella, el mensaje, un fluido espiritual que viaja desde el trazo de la suerte al espíritu del espectador, una inefable sensación de plenitud y belleza. La aparición del arte en el ruedo, el tendido la refrenda con el ole, una expresión espontánea, mitad grito, mitad palabra, mitad canto, mitad llanto; un fonema nunca premeditado, que nadie ordena y que nunca miente. Pone de acuerdo a tirios y troyanos, nace de lo más hondo del ser extasiado.

¿Por qué esta larga perorata? Porque estoy hablando de Roca Rey, a cuyo toreo, no aceptado por los cursis, lo legitima el ole que constantemente responde a su toreo. Los toreros que cubren una época se caracterizan por su perfecto acople al toro de su tiempo. Y el toro de nuestros días, grande y muy armado, sin embargo es muy fijo, responde a los toques con fidelidad milimétrica, y aunque los hay de muy diferente condición, todos responden al toque, casi todos se emplean, y si la casta no los adereza, la emoción de su embestida pierde muchos enteros. Pocos diestros resuelven esta carencia del toreo como el joven espada peruano. Su primera respuesta es el valor, tanto para ejecutar el toreo cambiado como para citar con patética entrega. Roca Rey restaura un casi olvidado canon manoletista, el aguante. Pocos toreros, muy técnicos ellos, lo sustituyen con el cite cruzado a toros que no lo precisan, pero lo usan para despegar la embestida desde el embroque a las afueras. Tal ventaja, celebrada paradójicamente por los puristas, jamás la usa Roca Rey. Sus cites son tan sinceros que cuando va lento, con empaque elegante hacia al toro, camino del cite, en todas las plazas se hace el silencio. Y la emocionante expectación jamás se ve defraudada. Su toreo largo, que apura las embestidas hasta su extenuación, siempre supera los presagios del cite. Y para mayor abundamiento, en la segunda parte de la última temporada, este torero joven, al que no se le adivina el techo, se ha visto contagiado  por los toreros de la generación del temple, la definitiva respuesta al toro de nuestro tiempo. Y además, Roca Rey mata como mandan los cánones, en corto y por derecho, y un momento antes del cruce, se para mientras termina de entregar la muleta a los ojos del toro. Otra vez el aguante, otra vez la técnica basada en el valor, ejecutada para que el toro le descubra la muerte. ¿Tiene arte Roca Rey? No necesito argumentarlo. La repuesta del ole es inapelable.

Próxima entrega: La generación del temple               

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