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El Toreo

Divagaciones de Invierno – Andaluces toreros de Madrid

Por José Carlos Arévalo

No sé si era Bernardo el de los Lobitos o fue Rafael Romero, a quien oí cantar los caracoles por primera vez, y se me quedó grabada la referencia que hacía su letrilla al buen ambiente de los toreros andaluces en Madrid. Concretamente, mencionaba a Curro Cúchares, El Tato y Juan León, que paraban en el Café de la Unión. Por aquellos días leía el libro de Chaves Nogales sobre Juan Belmonte, dónde supe que el maestro guardaba fija una habitación anual en el Palace y mantenía un piso en la calle del Príncipe. Vivía yo entonces en la calle Pavía y diariamente pasaba por la de Arrieta, donde su última casa recuerda en una lápida que allí vivió Joselito. Vecino mío era Pepe Bergamín, a quien presenté a Rafael de Paula. Fue en El Alabardero, restaurante del Cura Lezama, que entonces apoderaba a El Marcelino, un novillero. A los postres vino Manolo Arroyo, que era el editor de Pepe y también tenía mucho interés en conocer al torero. Años después leí u oí, ya no lo recuerdo bien, que Manolo había presentado a Rafael y que de de ahí nació La Música Callada del Toreo. Vaya, vaya.

A lo que íbamos. Madrid siempre ha sido una plaza nada sevillana en su manera de ver la lidia, pero muy partidaria del toreo sevillano. En lo que se refiere a mi experiencia personal, Manolo Vázquez y Paco Camino son el ejemplo de dos toreros más queridos y valorados por la afición de Madrid que por la de Sevilla. Y el currismo sevillano ha sido más tardío que el de Madrid. Hasta que Diodoro Canorea decidió que Romero toreara cuatro tardes en las ferias de Abril, siempre creí que el currismo era una enfermedad taurina –de la que estaba contagiado –  más madrileña que bética. 

Otro tanto sucederá con los acontecimientos sevillanos de este principio de siglo: Morante y los jóvenes del temple, Aguado y Ortega. Morante estaba destinado a sustituir a Curro en el amor sevillano, pero sus verónicas al toro de Juan Pedro anticiparon el hechizo madrileño. Y con respecto, nos hallamos en vísperas de una fascinación anunciada. La de Ortega en Sevilla, que todavía no ha tenido lugar. Y la de Aguado en Madrid, que debe confirmarse. Pues sus lentas, templadísimas verónicas de Vista Alegre todavía no han terminado.  

De manera que Madrid es la plaza que nombra a los toreros andaluces, toreros de Madrid. No a todos, ni siquiera a los buenísimos. Por ejemplo, Manolete no fue torero de Madrid, ni Ordóñez, ni Ojeda, ni Espartaco. Cero en el cuaderno de notas. Pero sí lo fue Antonio Bienvenida, sevillano nacido en Caracas. Y lo es Curro Vázquez, torero nacido en Linares. Sobresaliente. 


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