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El Aficionado

LA OPINIÓN DE A. PURROY – LA PANDEMIA NO HA PODIDO CON LOS TOROS

Por Antonio Purroy Unanua, Ingeniero Agrónomo

Cuando la pandemia hizo su presencia en España, en marzo de 2020, comenzó a crecer el pánico en el seno de la tauromaquia. Pronto los ganaderos empezaron a enviar toros al matadero; se pusieron en peligro unos 150.000 empleos, entre directos e indirectos; unos 6.000 profesionales taurinos comenzaron a temblar y los aficionados, que son los románticos de la Fiesta, entraron en una profunda tristeza. Pero lo que más dolía era ver cómo los antitaurinos y animalistas se frotaban las manos creyendo que no iba hacer falta el trabajo sucio que ellos habían sido incapaces de realizar, el de la abolición de los festejos taurinos, tanto de lidia ordinaria como los populares.

La primera gran decepción de aquella situación fue comprobar cómo el Gobierno español dejaba fuera de las ayudas salariales, los famosos ERTE, a los profesionales taurinos. Pocas CC.AA. socorrieron a los ganaderos de bravo. La patulea de ecologistas/los verdes, radicales de izquierda, populistas y animalistas… del parlamento europeo solicitaron, una vez más, la eliminación de las ayudas comunitarias (PAC) a los ganaderos de bravo, como si estos no fueran ganaderos de vacuno en régimen extensivo. Para colmo, el Ministerio de Cultura dejó fuera del bono cultural de 400 euros a los jóvenes que ese año cumplían 18 años para utilizarlo en actividades culturales de todo tipo, como si la tauromaquia no fuera cultura. De esta manera se incumplía la ley 18/2013 que regula la tauromaquia como patrimonio cultural inmaterial, amparada en la constitución española (art. 46). Es una medida totalmente incomprensible y totalitaria que se ha vuelto a repetir este año. Un atropello más.

Primeras reacciones

Una de las primeras reacciones de la tauromaquia fue programar la I Gira de la Reconstrucción en pleno verano de 2020 y surfeando la segunda ola del Covid-19. Se organizaron mini-ferias de 2-3 corridas de 4 toros, en plazas menores, con aforo limitado y mascarilla, organizadas por la FTL, Movistar+, UCTL, ANOET. La respuesta del público fue buena y el beneficio fue invertido en la I Liga Nacional de Novilladas de 2021. Ese mismo año se volvió a celebrar una II Gira de la Reconstrucción cuyos beneficios también se invirtieron en la II liga Nacional de Novilladas de 2022. 

¿Y qué ocurrió en Francia? En el país vecino el parón taurino con la pandemia fue muy acusado y le ha costado volver a la normalidad, pues la respuesta del público ha sido algo más lenta y más fría que en España. Sin embargo, no han dejado de trabajar. Después de numerosas vicisitudes, la Federation des Socités Taurines de France (FSTF) lanzó los Etats Generaux de la Tauromachie (EGT), que consistía en un amplio proceso de consulta y de participación para evaluar la situación y ofrecer ideas sobre el futuro de la tauromaquia francesa. Al final del proceso se propuso un paquete de 39 propuestas y 125 acciones surgidas en un gran debate. Algunas conclusiones interesantes fueron el peligro de la ideología animalista, la perdida de emoción del espectáculo, el abuso del precio de las entradas, la mala e insuficiente comunicación, la difícil transmisión a los jóvenes, el empobrecimiento cultural taurino por el avasallamiento de la globalización cultural actual… Después de este análisis creativo, seguro que la tauromaquia francesa va a salir fortalecida. 

La gran remontada

El toro enchiquerado de la pandemia irrumpió con fuerza a comienzos de este 2022 que está a punto de acabar. Los antitaurinos y animalistas no dan crédito a lo que han visto: la gente tiene ganas de fiesta y de diversión, hay hambre de toros; no quieren que les priven de la libertad para decidir lo que más les gusta, detestan las imposiciones; parece que se están perdiendo los miedos y los complejos y se vuelven a llenar con orgullo las plazas de toros. Curiosamente, se han recuperado plazas que ya no tenían actividad e, incluso, se ha inaugurado alguna plaza nueva. Hasta se han creado nuevos clubs taurinos.

Las grandes ferias de Fallas y la de Abril de Sevilla marcaron la pauta; en San Isidro pasaron por taquilla más de 600.000 espectadores; la respuesta en Sanfermines fue espectacular, con unas 350.000 personas que llenaron la plaza de madrugada en el Encierro, a media mañana (recortadores y festivales) y en la corrida de la tarde. No se quedaron atrás ferias estivales por su buen ambiente y asistencia, como Santander, Huesca, Albacete, Salamanca… hasta llegar a la feria de Jaén, que cerró la temporada taurina oficial con brillantez. Está más que probado que el gran motor del ambiente festivo de las fiestas patronales de ciudades y pueblos son los espectáculos taurinos, de lidia ordinaria y los festejos populares, que llenan calles, hoteles, bares y restaurantes, además de fomentar las compras en los comercios locales.  

¿A qué se debe esta eclosión? Se debe a los esfuerzos de los diferentes estamentos de la fiesta para afrontar los daños de la pandemia; a los aficionados y al gran público responsable del llenado de las plazas y a una parte importante de la ciudadanía que está en contra de los ataques –a menudo violentos- a la tauromaquia. Todos ellos se han rebelado por la falta de apoyo del gobierno que, de manera sorprendente, la han dejado fuera de ayudas que sí han gozado el resto de actividades económicas del país. Una vez más, la soledad de la tauromaquia.

El movimiento animalista sigue acechando

A los antitaurrinos y animalistas no les cabe en la cabeza que la Fiesta de los toros tenga un gran arraigo en la sociedad española desde hace al menos ocho siglos, ello sin remontarnos a los ritos y juegos entre hombres y toros tan frecuentes en la cuenca mediterránea desde tiempo inmemorial. Muchas poblaciones del medio rural celebran festejos populares como uno de los pocos divertimentos que les quedan, junto con la caza y la pesca, con los que está en contra el movimiento animalista, que es un movimiento filosófico universal que tiene como pretensión última eliminar las diferencias entre especies animales, fundamentalmente, entre el hombre y el resto de animales (antiespecismo). Así, todos somos iguales y tenemos los mismos derechos (¿también obligaciones?).

A todo ello se suman los bulos que esparcen en contra de la tauromaquia. Dicen que los toros sufren en el ruedo y en las calles, cuando en realidad se están refiriendo al sufrimiento a través del dolor, pues los animales no sufren de la misma manera que los humanos. El verdadero sufrimiento, el sufrimiento humano, viene de su propia condición humana, que piensa, que razona, que dialoga, que proyecta el futuro porque teme a la muerte, que es el sufrimiento máximo. 

Afortunadamente, el toro de la raza de Lidia está especialmente dotado para superar el dolor de la lidia o el estrés en la calle. Los ganaderos de bravo han seleccionado durante algo más de tres siglos y, sin ellos saberlo, animales con un nuevo sistema neuroendocrino de respuesta y de superación del dolor, mediante la liberación de sustancias endocrinas (endorfinas, principalmente) con gran poder anestesiante, capaces de bloquear los receptores del dolor. 

Dicen también los animalistas que los toros sufren durante su vida en el campo, lo que no es cierto pues disfrutan de una cría y de un cuidado exquisitos proporcionados por los propios ganaderos. Se atreven a decir que los toros no son agresivos por naturaleza, cuando así los han hecho los ganaderos por selección al cambiar la fiereza original por la bravura y la nobleza actuales, que los hace aptos para los festejos. Que los toros no desaparecerán aunque desaparezcan las corridas, que la tauromaquia se beneficia de numerosas subvenciones públicas, que los toros no son cultura…, como se ve, bulos y más bulos. 

Y ahora qué

A partir de ahora tenemos la responsabilidad de mantener lo conseguido este 2022 y fidelizar al público que ha llenado las plazas esta temporada; ha habido, incluso, más festejos que antes de la pandemia. No va ser fácil conseguirlo. Los espectadores de los toros se quejan del precio de las entradas y no les falta razón. Todos sabemos que organizar festejos es muy caro, por lo que todos los estamentos de la fiesta deberían hacer un esfuerzo para reducir los beneficios y aligerar los costes de organización que redundaría en un descenso del precio de las entradas. Si el público tiene dificultades para comprar las entradas, dejará de asistir y no será factible organizar los espectáculos con lo que todos perdemos. La situación económica atraviesa una fuerte crisis y el ocio, por muy lícito que sea, se acaba por resentir. 

Dejando al margen el gran enemigo que es el animalismo ya citado y mirando con sinceridad al interior de la Fiesta, hay que volver a reclamar lo que muchas veces se ha reclamado. La Fiesta necesita más que nunca autenticidad y emoción. El ganadero tiene que presentar un toro íntegro y con las defensas intactas, y los toreros y corredores (recortadores, fundamentalmente) tienen que hacer las cosas correctamente y de acuerdo con los reglamentos taurinos correspondientes. En los ruedos y en las calles se tiene que palpar la emoción, porque “en los toros el arte sin emoción no es arte”. 

La responsabilidad recae fundamentalmente en las figuras del toreo, que por algo y para algo lo son; en los ganaderos históricos que además de conocimiento tienen gran afición y la obligación de asegurar el futuro de la Fiesta, que pasa indefectiblemente por el animal que crían; en los empresarios para que tengan un poco de paciencia a la hora de rentabilizar su negocio y comprendan que hay que invertir en futuro y, finalmente, en los aficionados para que sean capaces de gestionar con tino la mezcla de conocimiento y exigencia. Solo así, el gran público seguirá asistiendo a los festejos y no dará la espalda a la tauromaquia. No queda otra que seguir luchando.   

Antonio Purroy Unanua, Catedrático de Producción Animal

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