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MADRID – 12ª de feria, ​Fondo y forma del toreo

Fotos Plaza Uno, Alfredo Arévalo

por José Carlos Arévalo

El cartel: tres novilleros hechos y buenos toreros, seis novillos en la partida de nacimiento pero seis toros en la realidad. Y no hubo drama porque los novilleros estaban sobrados y los toros fueron buenos chicos. En los seis, los espadas estuvieron bien y correspondieron al reconocimiento del público saludando a sus aplausos desde el tercio. ¿Por qué no hubo triunfos mayores? ¿Porque el público de Madrid es frio? ¿Porque la lidia y las faenas de muleta sufrieron de imperfecciones? ¿Porque los toros siempre fueron a menos en los diez últimos minutos de su vida? No voy a responder a todas estas preguntas sino a un solo interrogante: ¿por qué me aburrí con tres novilleros y una novillada plenos de interés?

En el débito de los toros: la obligación del toro (y del novillo) es dar miedo, y la nobleza (obediencia a los toques) era tan extrema porque no la compensaba la generalizada falta de raza (y debilidad de remos) que exhibieron los seis, incluso los que  no la manifestaron por haber sido bien toreados.

En el débito de la lidia: 1. un problema estructural de la lidia, la puya, desequilibrada con respecto a la entrega del toro actual, disuasora porque su tope al chocar contra la piel del bovino lo violenta en vez de embravecerlo,lo que perjudica su juego, incluso cuando se pica con buen son, como en esta tarde. 2. un problema mental de los toreros, de todos, de los novilleros y de casi todos los matadores es el de alargar las faenas hasta la extenuación. Y no es, como afirman algunos, que los toros duran poco sino que las faenas duran demasiado.

En el débito de los toreros: 1. El torero es un ser doble, mitad artista, mitad guerrero. 2. Con valor para afrontar la violencia del animal y destreza para resolver sus imprevisibles y variados comportamientos. 3. Con personalidad, para saber contar qué siente y cómo resuelve la dramática prueba a que le somete el toro, y con arte, para decírnoslo con belleza.    

El toreo, como todo arte, es un juego entre el fondo -lo que el artista cuenta- y la forma -cómo lo cuenta-. Y cuando el fondo y la forma no se entienden, se nubla el arte. Por ejemplo, el murciano Jorge Martínez toreó con mucho pulso y temple al enclasado y desrrazado primer toro de la tarde. Pero no se gustó recetándole tan sabia medicina porque le amargaba saber que tan confortable enemigo no le servía para el triunfo. Por ejemplo, el toledano Jorge Molina, que tiene garra y torería, no sabe mantenerlas durante faenas que deberían ser más cortas, tan intensas al final como lo son al principio, y no tan cansinamente largas en busca de una trabajosa oreja. Y por ejemplo, el abulense Sergio Rodríguez, que quiere contarnos la verdad de su toreo encajado y con plomada con tanta rotundidad que un día se va a partir en dos. Y es buen torero. Y tiene valor. Y tiene destreza.

Pero a Rodríguez, a Molina y a Martínez les pudo el miedo escénico. Exhibieron tanto el fondo de su sentimiento espúreo -la imperiosa obligatoriedad de triunfar- que adulteró la forma de decir lo que debieran haber sentido: señores, vamos a disfrutar el toreo.    

Me gustará volver a verlos en esta plaza, olvidados de la cátedra, la primera plaza del mundo, los duros aficionados del 7, y de toda esa ristra de mentiras. Los quiero volver a ver relajados, sobrados ante la importancia de Las Ventas, haciendo suyas las palabras de Antonio Machado, “… y si la vida es corta y no llega la mar a tu galera, aguarda sin partir, y siempre espera, que el arte es largo. Y además no importa”. Y así, buscándolo sin buscarlo, el triunfo siempre llega.

Ah, me gustó la novillada de Montealto. Estuvo muy bien presentada, era una corrida de toros y fue buena en líneas generales. No sé por qué, de un tiempo a esta parte, los toros tienen que regalar siempre sus embestidas.

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