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El Torero

SEVILLA – Roca Rey y la verdad inapelable de “ole”

por José Carlos Arévalo

Al toreo lo jerarquiza la verdad inapelable del “ole”. No hay batuta que ordene a miles de gargantas que lo exclamen a la vez. Miles de espectadores son miles de subjetividades distintas que, conjuntadas, acceden a la Objetividad (con mayúscula). El “ole” destruye los juicios a prori y desautoriza las opiniones a posteriori. Brota libre y colectivo como respuesta, espontánea y por tanto sincera, al zarpazo del toreo verdadero. Solo el “ole”, mitad grito, mitad palabra, se adhiere involuntario y deslumbrado a la inefable aparición del arte.

El viernes, 20 de abril, en la Maestranza de Sevilla  el “ole” acompañó, exclamado por todos, los desprejuiciados y los reticentes al toreo de Roca Rey. Tanto cuando lo imponía con valor y maestría a las renuentes embestidas de su primer toro como cuando desfondó a su segundo, lo hizo más bravo, y partidarios y negacionistas se fundieron en el mismo “ole”. 

De nada vale que después estos últimos, aficionados y críticos a la violeta, se lo monten de exquisitos, hablen de triunfo contradictorio y de lo barata que se ha puesto la Puerta del Príncipe. Sí, son los guardianes de las esencias que siempre se equivocan, los que negaron a Manolete porque Pepe Luis, a Ojeda porque todos los demás, los que siempre niegan al líder porque es el líder. Rafael Ortega “Gallito”, que fue un torero de arte, me dijo que el mejor aficionado es aquel a quien caben más toreros en la cabeza, y era partidario de El Cordobés. 

Roca Rey arrolló en Sevilla, demostró que por encima de la lógica de la tauromaquia está la ilógica del toreo, esa sinrazón que es una razón superior, la que hace embestir al que no embiste, la que acompasa al toro sin compás y transforma su peligro en armonía, la que hace posible lo imposible, como convertir una plaza docta en una plaza embriagada y sacar de sus casillas, pecadores a su pesar, a los puritanos guardianes del templo. Entiendo su remordimiento, porque la reveladora herejía del transgresor que los sedujo destruye su certidumbre. El innovador siempre empieza siendo un hereje. Como Belmonte, como Manolete, como Ojeda. Hoy, como Roca Rey.

Pero si la tarde del viernes no abren la “barata” Puerta al “Condor de los Andes”, los aficionados libres de prejuicios queman la plaza. Y tristes, muy tristes, arrepentidos de su irracional “ole”, estaban esos aficionados sabios que siempre se enteran tarde.  

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