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La Lidia

LA LIDIA A EXAMEN – El valor de las orejas

Por José Carlos Arévalo

Si el sevillano Luis de Pauloba hubiera matado a los toros habría sido figura del toreo. Un siglo y pico antes, Cúchares, que tampoco los mataba, fue una figura de época. Pero entonces el premio de las orejas no existía. ¿Sirve esta comparativa para descalificar el trofeo que jerarquiza desde hace más de un siglo la labor de los toreros? 

Uno de los toreros admirables de la historia es Curro Romero, entre otras cosas porque destruyó las orejas como vara de medir. Por supuesto, no a sus colegas, todos esclavos de las orejas, sino únicamente a él. Su tarde mas clamorosa en la plaza de Madrid fue la de su faenón al toro de la lluvia de Matías Bernardos, un toro que correspondía a Antoñete, cogido por su primero, y que Curro mató contra todo pronóstico porque se negó a suspender la corrida bajo un diluvio universal y tuvimos que esperar más de media hora a que escampara y llenaran el ruedo de serrín. Pero la faena fue sublime y la última tanda de naturales todavía no ha terminado. Naturalmente, Curro pinchó y no hubo orejas. Ni falta que hacía, ni el público las pidió, ni Romero las añoró. 

Las orejas son trofeos válidos, que orientan a los agrimensores de la tauromaquia (aficionados, empresarios y profesionales todos). Así que, de acuerdo, las orejas, pero según y como. No es lo mismo una oreja para Morante que para cualquier otro. Y, ojo, no menosprecio a ese otro respecto al de la Puebla. Y es que las orejas son un valor escurridizo. Por ejemplo, con respecto a Roca Rey se portan mal y bien. Han marcado la diferencia de este torero en  comparación con los demás porque las corta de de tres en tres y hasta de cuatro en cuatro, y eso es tremendo. Pero si una semana las consigue de dos en dos, enseguida los listos sentencian “se ha venido abajo”, “si no tenía fondo”. Las orejas son la cara y la cruz de este torero. Por un lado lo encumbran como la figura de nuestro tiempo, y por otro ocultan que hace posiblemente el toreo más puro del presente. 

La concesión de orejas no siempre certifica un buen toreo, pero sí está absolutamente vinculada a la estocada. Y eso no es rigurosamente justo. Porque para matar bien a un toro no solo hay hacer bien la suerte sino además tener suerte. Hacer bien la suerte es una ley que sirve para todo el toreo y menos para la suerte de matar. Si se mira el esqueleto de un toro la primera reflexión es que una estocada en todo lo alto es imposible porque allí está la columna vertebral. Y la segunda es que además de hacer la suerte hay que tenerla porque la caparazón del toro es como dos persianas con rendijas muy estrechas. Meter la espada en la rendija acertada a un toro en movimiento con dos pitones poniéndolo difícil es cuando menos problemático. Y además, ni la gente, ni el presidente ven nunca cómo se hace la suerte sino donde cae la estocada. Ya no sucede como antes, cuando el tendido aplaudía con entusiasmo los maravillosos pinchazos de Antonio León, el torero riojano, el mejor matador que yo he visto. 

De modo que las orejas Sí, porque el toreo es un juego. Pero las orejas No, porque el toreo es un arte, y por tanto algo inmensurable.    

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