El Ganadero
EL GANADERO – Los toros de Juan Ignacio Pérez-Tabernero. La bravura sin adjetivos
Los toros de Juan Ignacio Pérez-Taberneo
La bravura sin adjetivos
Desde hace dos décadas me interesa la ganadería de Montalvo. Sin desdeñar la estirpe ibarreña que su abuelo, don Antonio Pérez de San Fernando, llevó a la cumbre en los años de la postguerra, después, en los años sesenta, dejé de estimarlos por demasiado pastueños. Me reencontré con su bravura enclasada inesperadamente, creo recordar que a principios de este siglo, un día que el hijo de Capea me invitó a ver lidiar varios toros a puerta cerrada en la plaza de Peñaranda de Bracamonte. En los corrales había un berrendo aparejado con mucho trapío, unos cuernos enormes, una romana excesiva y seis años. Me emocioné cuando lo vi, era la imagen viva del viejo linaje de Martínez. Lo toreó un novillero de Albacete, lamento no recordar su nombre. Al “montalvo” lo masacraron en varas, pero no se dolió al castigo. En la muleta tuvo más de cien pases, la embestida larga y elegante, humillada y codiciosa, la fijeza en el engaño, absoluta. Sus viajes tras la tela tuvieron el mismo ritmo al principio que al final. Y, ciertamente, aquel joven manchego lo cuajó de cabo a rabo. De haberlo visto su ganadero, lo habría indultado. Pero estaba ese día en una plaza de Francia, donde lidiaba.
Lidiaba ya “sus” toros, los hechos por él. Toros de nuestro tiempo, más vivaces, con respuestas más inmediatas, imantadas a los engaños, con una transmisión de emotividad no contaminada por esa listeza que es el recurso –valorado por algunos aficionados- del bravucón. Su elección a la hora de empezar el trabajo tuvo el acierto de quien sabe ver la bravura. Se fijó en la embestida dúctil y profunda de los “zalduendos”, que se los suministró Daniel Ruiz y , además, adquirió, de Joao Moura, un lote de Maribel Ibarra: con esa bravura deslizante, interminable, que era el sello de los toros de la mítica ganadera.
Tal coctel de sangres podía funcionar. Y si funcionaba era el preciso para soportar sin merma alguna la romana poderosa de los serios “montalvos” del presente. ¿Cómo son ahora los toros de Juan Ignacio? Sencillamente bravos. Es el mejor adjetivo que los define. ¿Y cómo se comporta su bravura? Con alegre movilidad fuera de las suertes y vibrante viveza cuando persiguen los engaños. Y lo mejor es que su bravura no miente, no van de menos a más ni de más a menos. No se llevan nunca la contraria. Dicen lo que son desde que salen al ruedo. Por supuesto, como en todas las ganaderías, los hay buenos y malos, yo diría que mejores y menos mejores. No les he visto dolerse en varas, ni dar el mitin. Intuyo que en “Montalvo” hay un difícil y meritorio equilibrio entre selección y manejo. No sé cómo enlota Juan Ignacio, ni las claves de su manejo, ni las del mayoral. Hace años los veía demasiado bien comidos. Luego se contuvo la romana La última vez que me acerqué a “Linejo” vi la camada media –los grandes no estaban allí-, y me asombró su igualdad, ni grandes ni chicos, ni cortos ni largos de viga, anchos de pecho pero no mucho, bajos de agujas, con morrillo fuerte pero bonito, bien armados pero armónicos, de mirada tranquila pero despierta. Toros con pinta de bravos, con hechuras que prometen bravura. Pero a ésta no le puedo poner adjetivos. Es sencillamente brava.
Sé que escribir estas líneas antes de que los “montalvos” se lidien en Las Ventas es poco prudente. Pero si los ganaderos apuestan cada vez que lidian, ¿por qué no vamos a ser sinceros por delante los que solo arriesgamos palabras? Esta vez no le deseo suerte al ganadero, me la deseo a mí mismo.