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LA COMUNICACION – Ir a los toros con Emilio Muñoz
Por José Carlos Arévalo
Si para ir al cine, que sucede a oscuras y en silencio, se busca una persona afín, el rigor se extrema para ir a los toros. Lo confieso, nunca me ha gustado ver la corrida de otro, por muy buen aficionado que sea. Excepto con esos toreros que te hacen ver lo que tu no fuiste capaz de ver. En mi experiencia, dos o tres.
Uno de ellos era Emilio Muñoz, cuando comentaba las corridas para Canal Toros. Reconozco que tal vez mi juicio esté influído por mi admiración hacia su toreo. Vi a Emilio en su primera época, cuando era un matador muy joven. Sobre todo en las plazas francesas, también en Barcelona y otros cosos levantinos. Era un buen torero y punto. Pero cuado reapareció, creo recordar que lo apoderaban Roberto Espinosa y Emilio Patón en lo que yo llamo “la era en que se reveló Muñoz”, el torero de Triana fue fiel a sus orígenes. Lo diré pronto: fundió la hondura belmontina del pase completo y extenuante con un inverosimil toreo ligado en redondo, conjugó el aguante del cite manoletista con la reunión embraguetada de los muleteros de los años cincuenta. Recuerdo una faena en Huelva, otra en Algeciras a un toro de Cebada y dos en Sevilla, una de ellas a un bravísimo “zalduendo” que le pidió el carnet y al que desorejó. Así he visto torear muy pocas veces. Es más, al margen de gustos divergentes, que respeto, y reclamando mi derecho a la subjetividad, afirmo que los dos diestros que han hecho, a mi modo de ver, el toreo más puro con la muleta son Emilio Muñoz y José Tomás. En Madrid no lo creerá nadie, porque Muñoz en Las Ventas nunca fue Muñoz. No estuvo ni cuando estaba bien, como la tarde del triunfo arrollador de Ojeda. ¡Cómo toreó ese día Muñoz! Pero no se lo creyó ni él.
Así que volvamos a lo de la tele. Porque me ha gustado ir a los toros con Emilio Muñoz en Canal Toros. Aunque a veces me cabreaba su eclectisimo al juzgar elogiosamente un toreo demasiado contrario a sus principios. Claro que los toreros nos suelen desconcertar a los aficionados. Un día Rafael Ortega “Gallito” me dijo que su torero era El Cordobés. Antonio Ordóñez me confesó que a quien más temía era a César Girón y que admiraba sinceramente a Miguel Báez “Litri”. Y Antonio Bienvenida me explicó con muy serio respeto las tres claves que hacían de El Cordobés un figurón del toreo. Pues bien, salvo las contradicciones de Emilio al juzgar a varios toreros absolutamente opuestos a sus creencias taurinas, la corrida que nos proponía estaba basada en la piedra fisolofal de la lidia: el toro. Saber leer la conducta del toro y comprender la respuesta del torero, lúcida o errónea, permite un doble disfrute de la corrida: el argumento oculto que da sentido al toreo y al toro. Creo que el gran torero de Triana ha enseñado a entender la corrida a muchos aficionados. Será una pena no ir más toros con Emilio Muñoz.