Contacta con nosotros

Actualidad

MADRID – 17ª de feria. Gran faena de Robleño, grave cogida de Garrido y torería de Román.

Fotos plaza Uno/Alfredo Arévalo

por José Carlos Arévalo

Las cosas claras. La corrida tuvo mucho interés porque los toros de Adolfo Martín tenían mucho peligro si los toreros se empeñaban en torearlos. Y se empeñaron. Los “albaserradas”, bien presentados, salieron taciturnos, o sea semi bravos, y si humillaban, reponían en el embroque, arrepentían siempre sus embestidas, ninguno metió la cara de verdad, ninguno persiguió la muleta hasta el final. Y si de su segundo toro Fernando Robleño consiguió convertir medias y correosas acometidas en embestidas deslizantes y completas fue porque es un torerazo como la copa de un pino, no porque el toro se las regalara sino porque se las arrancaba. Lo hizo con una maestría tan valerosa y deslumbrante que el renuente animal acabó con ese temple sedoso pero emotivo propio de la bravura que a veces atesora esta ganadería. Pero el temple autoritario y desmayado del maestro madrileño estuvo a años luz de la clase que aparentaba el cornudo. Perfecto en la elección  del terreno, el tercio, pues en los medios el toro se hubiera acobardado; magistral en la distancia del cite, larga para que su inercial movilidad le ofreciera viajes largos que el toro no estaba dispuesto a conceder, o cercana, con la muleta dandole de beber en el cite y atacándolo entre pase y pase para consumar series de asfixiante intensidad; y finalmente artista, pues el trazo de sus pases tenía la pureza y la belleza del artista que se olvida de si mismo con un toro noble y entregado. Lo que no era, en absoluto, el caso. Mató de un buen pinchazo y una estocada. Por lo visto un pecado imperdonable en estos tiempos de rigor incompetente. Mereció las dos orejas, pero no cortó ninguna. Eso sí, el público le consoló con dos vueltas al ruedo. Ah, el 7 protestó al toro y luego lo aplaudió en el arrastre. Acojonante.

A José Garrido le cogió el toro al iniciar su primera faena. El animal, de bella lámina, era un mansurrón con genio defensivo y el pacense, que venía a por todas como lo anunció en un quite por verónicas imposibles al segundo de la tarde, se puso a torearlo como si fuera un toro bravo. Una cornada le atravesó el muslo y lo retiraron a la enfermería. Garrido, como todos los toreros en este San Isidro, demostró que es en el ruedo donde se defiende la verdad incomparable de la fiesta brava, no a gritos detrás de la barrera. La calidad y entrega de este matador merecen mejor trato y es de esperar que la empresa de Madrid se lo de en la próxima feria de Otoño.

Otro torero que merece más sitio en los carteles es el valenciano Román, dueño de un valor torero que ha superado una cornada de las que quitan el sitio para siempre. Valiente hasta decir basta, buen muletero y en estado de gracia, superó con creces la prueba de matar tres toros que no tenían un pase. Ya había cortado una meritoria oreja en este San Isidro, y con dos aviesos “adolfos” y un “pallarés” aún peor acrecentó su crédito. 

Creo que acabo de reseñar la verdad de lo acontecido en la decimoséptima corrida de la feria. La corrida de toros, con orejaso sin ellas, es el mayor espectáculo del mundo.  

Advertisement

Copyright © 2021 - EntreToros | Prohibida la reproducción y utilización total o parcial, por cualquier medio, sin autorización expresa por escrito.