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ANIMALISMO – Los antitaurinos estrechan el cerco
Los antitaurinos estrechan el cerco
Parte de la izquierda política española está en contra de la fiesta de toros. No importa que su postura carezca de peso cultural, cívico y ecológico. Por lo demás, la enemiga de la izquierda radical viene de antiguo. Antaño los espíritus simples y pequeñoburgueses enmudecían acobardados por los principios éticos y solidarios que enarbolaba la izquierda radical. Por desgracia, la historia ha demostrado una abrumadora distancia entre sus bienintencionados objetivos y la catastrófica realidad en que se concretaban. Quizá el crimen ecológico más grande de la historia lo cometió el comunismo soviético al provocar la práctica desecación del mar Caspio (de un tamaño casi equivalente al Mediterráneo). Pero de ello apenas habló el militantismo ecologista, ni siquiera los socialdemócratas, el único movimiento político de izquierda con resultados altamente positivos en Europa: ¡centró hasta la derecha antaño conciliadora con el nazismo!
Pero no nos vayamos por las ramas. Aquí y ahora, y en un orden menos dramático, un suceso abrumador, la esquilmación de miles de vacas de vientre padecida por la cabaña brava con motivo de la suspensión de las temporadas taurinas, debida a la pendemia del coronavirus, no ha provocado la menor reacción de ecologistas y animalistas. Su voluntario desconocimiento de la trascedente singularidad biofisiológica del toro de lidia, el bovino más vinculado al uro fundacional, el de mayor biodiversidad, como lo ha demostrado su mapa genético, pleno de conexiones genómicas, más su conservación en un hábitat extensivo, de paradigmáticos beneficios medioambientales, no ha merecido la menor mención de los pocos pero influyentes ecologistas y animalistas españoles, ni del gobierno socialdemócrata que los ha acogido en su seno, ni de los medios de comunicación, casi todos ellos explícitamente progres en usos y costumbress e implícitamente reaccionarios en ideas y en política.
En España, aunque la mayoría social no les vota ni los traga, sin embargo calla y, por tanto, otorga carta de viabilidad al objetivo abolicionista de los partidos políticos de la izquierda antitaurina. Son estos gente tan simpática como ERC, Junts, Pd de Cat y la CUP, separatistas catalanes en la Cataluña que prohibió las corridas de toros por su enraizamiento en la cultura española, Bildu, los idem del País Vasco, que también pretenden erradicarlas, Compromis, los idem valencianos, pero que lo llevan claro en la taurinísima Valencia, BNG, los idem en una Galicia que apenas da toros, y Nueva Canarias, también los idem en una Comunidad que no celebra corridas desde que afincó a los turistas nórdicos.
Pero la campaña abolicionista no se ciñe al marco nacional. El activista descerebrado, de mimetismo zombi y bienaventurado estado de gracia se prodiga por doquier. Así en otros países taurinos, como México, a la espera de un debate parlamentario que dictamine su prohibición en la ciudad de México, como Colombia, con un proyecto legislativo del mismo tenor, a escala nacional, como Ecuador, donde ya se ha prohibido su feria más importante, la de Quito, como Venezuela, que cuenta con una singular coalición, la depauperada economía del pueblo y la enemiga del gobierno personalizada en la figura del fiscal general del Estado, e incluso como el Perú, donde un gobierno de la izquierda indigenista se achanta por el momento gracias al auge promovido por su figura internacional, Andrés Roca Rey.
No pretenden estas líneas desmontar los precarios argumentos del antitaurinismo nacional e internacional. Sí tomar nota de la astuta estrategia abolicionista que identifica a todos, los de aquí y los de alla. No para debatir posiciones anti corrida, que no resisten un mínimo análisis sino para desarticularlas con sencillez. Pero es ingenuo confiar que lo resuelvan improbablse debates. Los mentores ecoanimalistas han tomado conciencia de lo precario de sus argumentos y han pedido a sus activistas, ahora que participan del poder, que se estén quietecitos. Ellos saben que la tácita ley del silencio asumida voluntariamente por los medios de comunicación (creyentes los hay en todos los gremios), es más eficaz y más limpia que la censura coercitiva. Actúa a la chita callando y hace años acabó con el boxeo. Ahora, en España, los partidos de la izquierda subnormal proponen que se prohiba el tema taurino en las televisiones, de 6 de la mañana a 10 de la noche, en defensa de los niños. Pero no lo exigen para que se prohiba, porque de 6 de la mañana a 10 de la noche ningún medio habla de toros. Y si a veces las televisiones autonómicas transmiten corridas, los abolicionistas saben que los niños a esas horas están en clase, y si es verano, fuera de casa. ¿Por qué hacen, pues, esta petición que probablemente no será atendida? Para que se publique, por pura estrategia de su perenne campaña de imagen, ahora en defensa de la infancia y en ataque a los taurinos, de pronto pervertidores de niños. Cabrea que estas campañas planeadas por presuntos y estomagantes santos de sectas laicas nos tomen por bestias, y a nuestros padres y a nuestros abuelos, que también iban a los toros. Con la impunidad que da predicar sin oposición alguna, sabiendo que a su discurso solo lo replicará el silencio, el pudor callado del aficionado culto, el talante precavido de los intelectuales, la complicidad aséptica de casi todos los medios, se sienten estimulados, felices por su pía causa, seguros de su victoria. Llegará un día que se atrevan a exigir la prohibición del cuento de Caperucita, porque el lobo era el malo y se comió a la abuelita. Para entonces no habrá no habrá plazas de toros, ni toros en el campo, ni comeremos jamón ibérico, ni habrá cerdos en las dehesas, ni el señor Sánchez se zampará su chuletón porque nos nutrirá el señor Bill Gates con su carne de laboratorio. Un triste mundo feliz.
Así las cosas, ha llegado el momento de reaccionar. Y parece ser que nos toca a las gentes del toro. No me parece mal. ¿Quién, salvo nosotros, puede hablar con conocimiento de causa? ¿Quién puede explicar la crianza del toro, la intuición premendeliana que seleccionó genéticamente la bravura antes de que la aplicaran los ingleses y los holandeses con el ganado de leche y engorde? ¿Quién puede describir el paradigmático hábitat del toro de lidia, su vida en una dehesa extensiva, diseñada por el ganadero conforme a su estructura biológica? ¿Qué otro animal de la fauna de Occidente tiene asegurado desde hace tres siglos semejante territorio? ¿Quién sino la veterinaria española especializada en el toro de lidia puede divulgar los procesos neurohormonales que explican su conducta de bravo, porque bloquean su dolor, palían su estrés, dado que su organismo, diferente al del resto de los bovinos, conserva los rasgos agresivos de su ancestro priomordial, el uro salvaje? ¿Quién sino el aficionado sabe que toda suerte exige al torero jugarse la vida, trance que descalifica toda acusación de tortura animal? ¿Quién sino el aficionado estudioso puede hablar de la tauromaquia como una historia del arte? ¿Qué norma contranatura puede impugnar la muerte natural por depredación provocada por los mamíferos omnivoros, cual es el caso de los humanos? ¿Quién es el osado que se atreve a condenar la milenaria relación de los habitantes de la península ibérica con el toro ibérico, primero sagrada y después lúdica, como si fueramos un maldito cruce de razas despiadado y bárbaro? ¿Quién es el estupido que no sabe explicar que tras asistir a una corrida el hombre no es más malo ni más bueno?
Los argumentos de la tauromaquia son innumerables. Antes no merecía la pena exponerlos, pues la enemiga antitaurina no eral global, ni estaba fuertemenre financiada. Ahora ha llegado el momento de poner en marcha la respuesta: el verdadero relato de la tauromaquia. Y solo puede hacerlo, por conocimiento y supervivencia, el propio sector taurino. Pero no acogiéndose a iniciativas individuales, que bienvenidas sean. La tauromaquia ha de crear un gabinete internacional de comunicación con ramificaciones en los 8 países taurinos. La guerra contra la Fiesta es global, nos afecta a todos.
José Carlos Arévalo