Como es lógico, la bella ciudad de Cuenca tiene una bella plaza de toros. Pero hace años no iba nadie. Llegué a ver grandes corridas acompañado de unas 500 personas, no más. Pero un día llegó Maximino Pérez, le otorgaron la gestión de la plaza y todo cambió. Lo primero que hizo fue abrir un piso en la ciudad, pateársela de arriba abajo, animar el rescoldo de las peñas, taurinizar poco a poco la ciudad, hacer carteles como si allí no pasara nada, atraer a la ciudad a no pocos famosos, llenar las barreras de gente guapa, convertir una adocenada feria manchega en un abono de relumbrón. Y la gente volvió a los toros, la de la ciudad, la forastera y, poco a poco, los conquenses emigrantes, sobre todo los valencianos, regresaron a Cuenca, a la feria de agosto.
Por supuesto, los pliegos adjudicatarios de las plazas, con cláusulas para cerrar la puerta a los nuevos empresarios, se las cerraron a Maximino Pérez, que había hecho el mismo trabajo en Brihuega, convirtió después Illescas en la primera gran cita de la temporada y mantuvo Cuenca al mismo nivel con que empezó.
El 20 de agosto, abre la feria Diego Ventura, que rejonea dos toros de Ángel Luis Sánchez, alternando con Alejandro Talavante y Roca Rey, que matan cuatro de Victoriano del Rio.
Al día siguiente, El Juli, Manzanares y Tomás Rufo se ven las caras con seis de José Vázquez.
El lunes 22, Morante, el reaparecido Emilio de Justo y Pablo Aguado lidiarán los “santacolomas” de Rehuelga.
Y cerrará la feria una corrida de rejones con Andy Cartagena, Lea Vicens y Guillermo Hermoso de Mendoza.
¿Sin comentarios? ¿Para qué, si estamos todos de acuerdo?