El Toro
ENSAYO – La tauromaquia garantiza la existencia del toro bravo
Que un hecho natural –la agresividad innata del toro ibérico- se convirtiera en un hecho cultural –la bravura del toro de lidia- gracias a la mediación humana, no le vino nada mal a este aristocrático bovino. Durante siglos había vivido asilvestrado en el siempre poco poblado territorio ibérico. Después, vivió con el resto de sus hermanos domesticados en grandes propiedades. Luego, separado en cercados aparte dentro de las mismas explotaciones ganaderas. Y, finalmente, entre los siglos XVIII y XIX, en su propio solar: la ganadería de bravo, un hábitat paradigmático, extensivo –hoy, 1’6 cabezas de ganado por hectárea-, acorde con la vida exigida por su estructura biológica: existencia en libertad vigilada a distancia, parto y destete naturales, alto nivel de vida en un campo acondicionado para que el toro de lidia cumpla todas las edades del bovino –añojo, becerro, eral, utrero y toro- y los reproductores -vacas de vientre y sementales- tengan una larga esperanza de vida, la que marque su eficacia genética.
El hábitat del toro de lidia aseguró su futuro cuando los toreros de a pie crearon el mercado taurino y se multiplicaron las plazas de toros en toda España. Entonces el precio de la bravura se cotizó mucho más que el de la carne y el toro bravo abandonó la gran explotación agropecuaria y se fue a vivir en su propia casa: la ganadería exclusivamente dedicada a su crianza. Pero su subida de estatus no fue gratis: para sostener la economía de todas las explotaciones de bravo se calcula que el número anual de machos que deben morir en la plaza es el 6’7% de la carga ganadera, cifra virtuosa que mantiene el equilibrio demográfico y económico de dichas explotaciones, aunque no siempre esté garantizada –fuerte competencia, desajuste ocasional entre oferta y demanda-, especialmente en estos dos últimos años bajo la pandemia de la covid-19, que ha semiparalizado las fiestas de toros.
Continuara…