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ANIMALISMO –

¿Una manisfestación antitaurina en Alicante

para prohibir las corridas de toros en la Feria de Hogueras? 

Por José Carlos Arévalo

AnimaNaturalis y Cas International han convocado una manifestación en la Plaza del Ayuntamiento de Alicante, el 18 de junio próximo, para exigir la prohibición de las corridas de toros en la Feria de Hogueras de San Juan.

Las asociaciones animalistas dicen que la de Hogueras es “una de las fiestas donde el pueblo alicantino demuestra lo mejor de si, pero se ven empañadas por la tortura y muerte de decenas de animales en la plaza de toros”.

Los taurinos decimos que en España, y en los siete países donde también se celebran corridas de toros, a diferencia del resto de países, hay dos formas en que el hombre, mamífero omnívoro y depredador, ejecuta el sacrificio bovino. 

Una, en mataderos industriales, donde los bovinos domesticados, alineados y maniatados en cadena, reciben la muerte en pasividad, sin paliar su estrés ni liberar su instinto de conservación. Ante esta evidencia, los animalistas callan. Y más les vale. Si fueran coherentes deberían exigir a los alicantinos que no comieran carne durante toda la Feria de Hogueras. Por supuesto, los taurinos tampoco lo reclamaríamos. Dios nos libre de privar a la nutrición humana de la necesaria proteína animal. Y menos en Fiestas. El movimiento animalista es, dicho sea con benevolencia, pintoresco. En Alicante (dato de su Diputación del año 2007, pues a partir de entonces estos datos son confidenciales) se sacrifican anualmente 5.119 bovinos. Y nos parecen pocos, porque en la “millor terra del món” se come mucha carne y francamente bien. 

Otra, No llegan a las cinco docenas los sacrificados en la plaza de Alicante, donde el bovino rebelde a la domesticación, llamado toro bravo o de lidia, al combatir superpone su instinto de lucha al de conservación y, gracias a la punción de puyas y banderillas en su piel, activa un potente mecanismo neuroendocrino que palía su estrés y bloquea su dolor, lo que le permite luchar hasta la muerte. Esta afirmación no es opinable. Ha sido probada por  recientes investigaciones biológicas y confirmadas por la autoridad científica. 

Precisiones sobre el toro de lidia. El análisis genético del toro bravo reveló el fuerte parentesco de su mapa genómico con el del agresivo uro antecesor, muy superior al del resto de los bovinos, y que de ello es plausible se derive su original agresividad, pues se trata de un herbívoro-presa que se comporta como un carnívoro-depredador, que mata y no se come a su presa. Por su peligroso pastoreo, en Europa lo extinguieron. Pero en la Península Ibérica lo conservamos porque se le toreaba.           

A finales del pasado siglo, los científicos veterinarios analizaron el ADN en más de cien ganaderías bravas, y descubrieron que la variabilidad genética del toro de lidia es muy superior a la de todas las razas juntas descendientes del bovino sin joroba. Para ilustrarlo se permitieron un supuesto: si todas las razas bovinas desaparecieran, con la ganadería de bravo todas se podrían recuperar, pero si desapareciera el toro de lidia, ni todas las razas bovinas juntas  lo podrían recuperar.

El toro bravo es un superbovino. La actual veterinaria española, autora de todas estas investigaciones, ha descubierto datos sorprendentes sobre la fisiología del toro bravo. Por ejemplo, que tiene un doble circuito coronario, algo así como un bypass natural que lo defiende del infarto durante la lidia. O que su cortex cerebral es el más grande de todos los bovinos, lo que explica su espectacular desenvolvimiento en el ruedo, sus superiores dotes para la lucha. Y los portugueses han comprobado que la amígdala cerebral del toro bravo es muy pequeña, como la de los mamíferos agresivos. Posiblemente estas diferencias fisiológicas provengan de una filiación muy directa  con el uro. Sabido es que en la última glaciación éste migró desde el norte y centro de Europa a la más cálida Península Ibérica, pero también parece factible que resulte de una transformación evolutiva de su hijo, el toro ibérico, provocada por su particular relación con el hombre de la península: primero un arte cinegético, después, un juego sagrado y finalmente el arte escénico que lo salvó definitivamente de la extinción: la lidia.

En efecto, las corridas de toros fueron la piedra angular sobre la que se creó el ecosistema del toro de lidia, la que le garantizó un hábitat paradigmático, sin parangón en toda la fauna universal. Se fundó entre los siglos 18 y 19, cuando la expansión industrial empezó a invadir el agro, y hoy garantiza la vida en libertad y protegida por el hombre a este prodigioso animal, en España y Portugal. Comprende 400 mil hectáreas de dehesa bien arbolada, divididas en más de mil ganaderías, verdaderos pulmones de oxígeno, sumideros de CO2, receptores de aves migratorias y especies silvestres, a salvo de pirómanos, furtivos y ociosos, donde el toro bravo es el único bovino cumple todas las edades de su vida, salvo el 6’7 por ciento anual de su carga ganadera que, lidiado en las plazas, coopera al mantenimiento económico de la explotación. Un paradigma de conservacionismo animal y de ecologismo activo, curiosamente ignorado por animalistas y ecologistas.      

La tortura que AnimaNaturalis y Cas International quieren prohibir en la plaza de Alicante es una extraña tortura. Que se sepa, la tortura exige la indefensión absoluta de la víctima y la impunidad absoluta del victimario. Exactamente lo contrario de lo que acontece en el ruedo, donde la víctima adopta el papel del victimario al convertirse en agente de una incuestionable violencia letal, y el torero. su victimario, en el receptor de dicha violencia. No hay un lance, un pase, y sobre todo el acto matar a espada, que no exija al torero jugarse la vida. Por eso, en la corrida de toros se impone, siempre, una primigenia ley natural de la especie humana, su identificación colectiva ante un semejante en peligro. Identificación que se torna en admiración cuando este es capaz de convertir el peligro en una obra de arte. ¿Qué diablos tiene que ver la tauromaquia con la tortura? El toreo es el único sacrificio animal que exige a su ejecutor jugarse la vida. El toreo es un arte, pero también un método etológico que descubre los comportamientos del toro, su bravura: para el aficionado, el alma del toro bravo. Un animal respetado que, por su comportamiento intransferible en el ruedo, la lidia lo individualiza y le justifica su derecho a nombre propio. Frente a la identidad colectiva de las demás especies animales, salvo el caballo por honrar al hombre con el apelativo de caballero, o el perro por su colaboración laboral o su compañía amistosa, el derecho del toro a tener nombre propio es un caso único en todo el reino animal, otorgado a todos sus individuos por línea materna y registrado desde hace doscientos años en todas las ganaderías bravas del mundo, desde que la lidia lo convirtió en un medidor de hombres. 

¿Quién es el toro en la plaza? En el ruedo, el toro pierde su identidad zootécnica y adopta una identidad dramática. Es la encarnación del destino para el hombre que lo torea y para los espectadores que con dicho hombre, el torero, se identifican. La lidia escenifica un drama singular. Se plantea como una tragedia y se resuelve como fiesta, pues el torero debe enfrentar y matar a su destino fatal, el toro que en el ruedo quiere matarle. Pero debe hacerlo bien, con destreza envolverlo en una danza en la que la muerte, encarnada por el toro, se entregue, sin saberlo y sin abandonar su voluntad homicida, a un armónico y extraordinario juego, el arte del toreo, sublime acto de creación que desemboca en un deslumbrante éxtasis colectivo: la armonía de los contrarios, el peligro transformado en belleza, la violencia del toro obediente al arte del torero, la vida en juego venciendo a la muerte. Y matándola. Es decir, matando al toro, un acto predatorio natural que remite al principio de los tiempos.  Y como el pueblo, autor de este singular arte escénico, lo tiene asumido desde hace siglos, va a la plaza para formar el coro que juzga, disfruta o censura la bravura del toro y el arte del torero.  

La tauromaquia no empaña, como dicen los anilmalistas, la Feria de Hogueras. Al contrario, la realza.

Y Alicante. Hace años, la historiadora Araceli Guilleaume-Alonso me comentó que entre los documentos más antiguos de la cuadrillas toreras de a pie que había encontrado, muchos eran de la Comunidad de Valencia. Sin ir tan lejos, y remitiéndome a mi propia experiencia, desde mis veranos alicantinos cuando de chaval presenciaba la competencia entre El Tino y Pacorro, o mucho más tarde, cuando seguí las carreras de los Manzanares, los Esplá, los Cartagena, siempre mis viajes a Alicante tenían y tienen un destino final: las corridas de la Feria de San Juan. Me consuela saber que este año en Hogueras habrá más gente en la plaza de toros que el día 18 en la plaza del Ayuntamiento. Unos pagan por ver lo que aprecian y otros rechazan gratis lo que desconocen.  

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