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El Torero

DE PLATA, ORO Y AZABACHE – El pasado: “Agujetas”. El futuro: ¿Iturralde?

El 21 de julio de 1912 se retiró en Barcelona el picador Manuel Martínez “Agujetas”. Con su despedida se cierra el largo siglo XIX de la suerte de varas como eje de la lidia, al tiempo que, con la alternativa de Joselito y la aparición de Belmonte, la tauromaquia entra en el siglo XX.

La retirada del varilarguero madrileño sellaba un cambio histórico, un fin de época, el del tercio varas como eje de la lidia, suerte en la que “Agujetas” era el último de los grandes. Su nombre se asociaba a los Calderones, Badila, Charpa, Mateos Castaño, Oliver, Artillero, Arce, Juaneca, etc. Y su prestigio entre los toreros de a pie lo certificaba haber militado a las órdenes de Frascuelo, Ángel Pastor, Mazzantini, Lagartijo, Reverte, Mazzantinito y Gaona, casi nada. A nadie le extrañó en Barcelona aquel 21 de octubre del año 1912 que desde Béziers llegara un tren cargado de aficionados franceses para decirle adios. Los tres matadores acartelados el día de su despedida, Morenito de Algeciras, Vicente Pastor y Antonio Boto “Regaterín”, también eran conscientes de que con su retirada se cerraba una época del toreo y los tres le brindaron la muerte de su primer toro. El maestro “Agujetas” picó, pues, los tres primeros de la tarde en medio de delirantes ovaciones. Solo sufrió un derribo por el que abrió plaza después de sostenerlo con mucho aguante, a los otros dos les metió las cuerdas al encuentro y les dio salida con su templada mano izquierda salvando la integridad de sus monturas, haciendo realidad una manera de ejecutar la suerte muchas veces comentada pero casi nunca vista. Celebraba aquel día 33 años de profesión (lo que picando sin peto son muchos años) y 25  de alternativa (sí, en aquellos tiempos, los picadores tomaban la alternativa y su antigüedad contaba a partir de su debut en Madrid). En Madrid le había doctorado quien, se supone, fue su maestro, Francisco Gutierrez “Chuchi”, que era el picador de confianza de Frascuelo, en cuya casa se formó “Agujetas”. Le cedió la suerte de varas con el toro “Rumbón”, de Miura, ante Currito, Frascuelo y CaraAncha. Un rito entonces vigente porque los picadores aún mantenían su prestigio. Solo pocos años antes, Paquiro los había sometido a la disciplina de la cuadrilla, pero todavía su nombre era un reclamo en los carteles, aunque ya no como protagonistas de la lidia. (Observación aclaratoria: cuando Merimé escribe su novelita “Carmen”, el torero protagonista no es un matador sino un picador; son los libretistas de la ópera de Bizet quienes, años más tarde, lo convierten en matador. ¿Permuta caprichosa? En absoluto, el cambio respondía a que las jerarquías toreras habían cambiado a mediados del siglo XIX).

Manuel Martínez “Agujetas”

Hoy, el anonimato que se cierne sobre el gremio de picadores tampoco es caprichoso. Se corresponde con el estatus meramente funcional del montado, necesario para atemperar al toro y evaluar y estimular su bravura, pero ya sin asumir el riesgo que la tauromaquia exige a la práctica del toreo. Es, por tanto, muy coherente que el picador haya pasado a ser un trabajador anónimo de la lidia y que poquísimos aficionados puedan nombrar media docena de picadores, incluso ahora cuando se cuenta con una nómina bastante amplia de buenos varilargueros que ejecutan la suerte sobre caballos bien domados para picar, dos factores que nos llevan, en estos tiempos de pandemia, a una optimista conclusión: pronto el primer tercio de la lidia, hoy puramente funcional, volverá a recuperar su prestigio. Si hay buenos picadores y buenos caballos, solo hace falta que el útil (la puya) se adecúe a la bravura del toro actual, que se emplea más y se autocastiga más en la suerte. Y como esa nueva puya ya existe y ha demostrado su excelencia a puerta cerrada con toros de muchas ganaderías, la renovación de la lidia en el presente siglo está a la vuelta de la esquina. Yo ya la he visto en el campo.  Ante toros de distinta fuerza y condición. En la mano maestra de Pedro Iturralde. Porque el burgalés picó y toreó tan bien a los de Prieto de la Cal, a los de Miura, a los de Torrestrella, que los toros normales se hicieron buenos y los buenos, extraordinarios. Así fue cómo su deslumbrante maestría  me llevó a evocar la figura de “Agujetas”, el gran olvidado de la Fiesta. Y por eso he vuelto a creer en la renovación del tercio de varas.

Conocer la historia permite conservar lo mejor del pasado para recrearlo, modificarlo y revivirlo. Sin que lo haya registrado aún la crítica, eso es lo que están haciendo los toreros de a pie. Ahora les toca a los montados.

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