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Editorial

EDITORIAL – Clamor justo para Nadal, silencio injusto para Morante

La épica y victoriosa remontada  de Nadal en Australia conmocionó al mundo, no solo a los aficionados al tenis que asistieron in situ y por televisión durante cinco horas al duelo del español y el ruso, sino a todos los demás, incluso a los que nunca tuvieron una raqueta en la mano. No sucedió lo mismo cuando Morante fue cogido durante la pasada feria de San Miguel por el codicioso “juampedro” y el diestro ni se miró y a continuación cuajó unos naturales prodigiosos, abismales, desgarradores, y venció al bravo y fundió la épica y la estética. Pero la conmoción solo embargó a los presentes en la plaza de Sevilla y a la secta de aficionados que seguían la corrida por un canal de pago.

El resto fue silencio. Nada en los informativos televisivos. Casi nada en la prensa escrita. Puede que en la radio algo se comentara, de madrugada. Y nadie se extrañó. La tauromaquia lleva dos décadas semiexpulsada de la información. Sin que una mano negra lo haya ordenado, sin que se sepa por qué.

A partir de aquel día busqué la causa de tan sorprendente discriminación. No me pareció suficiente achacarla a la eficacia destructiva de la crítica regeneracionista del último tercio del siglo pasado, que para salavar a la Fiesta la cubrió de mierda, ni la venalidad de la pequeña crítica, aunque ambas la desprestigiaron en las Redacciones. Tampoco me pareció suficiente el influjo del relato animalista, solo eficaz para lavar cerebros frágiles e insuficiente para influir en mentes con muchas horas de vuelo. Y por supuesto no podía sospechar en la flagrante anomalía  periodística  de no cubrir acontecimientos que movilizan a las masas.

¿A qué se debía  tan sorprendente discriminación, precisamente en el país que inventó la lidia? Sinceramente, desconozco la respuesta. Pero no sus consecuencias. Para empezar, la Fiesta ofrece actualmente un extraordinario elenco de matadores  y un alto porcentaje de toros muy bravos, y de ello nadie que no sea aficionado tiene noticia. Por ejemplo, volvamos a Morante. ¿Sabe la opinión pública que este torero, calificado de artista, se puso la chaquetilla del guerrero y que tiró de la Fiesta cuando la pandemia paralizó las corridas, que toreó en las plazas chicas para salvar los cosos rurales, y en las grandes para mantener viva la tauromaquia de élite, que lidió ganaderías  de todos los pelajes -Miura y Prieto de la Cal o Juan Pedro Domecq y Justo Hernández- para testimoniar la vigencia de todos los encastes que sostienen la Fiesta, y que se ajustó con toreros de todos los niveles para no marginar a ninguno? No, en la calle no se sabe, porque en los medios generalistas, salvo contadísimas excepciones –en Madrid destaca Vicente Zabala- nadie informa y mucho menos opina de toros. Por eso, me adhiero al clamor levantado por Nadal y me rebelo contra el silencio que acompaña a la clamorosa victoria de Morante.

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