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Editorial

EDITORIAL – Hacia un nuevo orden taurino

Foto de Alberto Simón.

En este 2022 el sector taurino debe afrontar varias problemáticas imputables a malos usos de antaño y que lastran su futuro. Vamos a enumerar tres.

La primera, concebir la Fiesta como un coto cerrado para pocos, los ya instalados. Una conducta aplicable a los segmentos del toreo que la controlan: empresarios que frenan el paso a jóvenes empresarios, toreros instalados que paran a nuevos toreros, taurinos en general, desde los fabricantes de útiles hasta los compradores de carne. Nadie acepta la libre competencia, todos optan por el control.

Los partidarios de la no regulación del sector podrán argüir que quienes controlan el patio lo hacen por su valía, lo que en algunos casos es cierto. Pero un orden sin ley, o sea basado en la ley del más fuerte, es un desorden. La prueba es que en estos dos últimos años, por culpa de la pandemia, que aconsejó el repliegue a empresarios instalados y a varias figuras del toreo, han surgido nuevos toreros, hoy base de los carteles y antes parados en su casa porque el “sistema” (sistema = coto cerrado) no les dejó pasar. Tuvo que surgir un factor anormal y exógeno, la Pandemia, para que se produjera una positiva renovación artística. Igualmente sucedió en el sector empresarial. Han sido principalmente los jóvenes empresarios quienes han dado servicio a la Fiesta en estos tiempos difíciles.

La segunda, ignorar (cerrar los ojos) que el vivero de la tauromaquia está en el mundo rural, en  los festejos de los pueblos, los que mantienen a la mayor parte de la ganadería brava y de los que salen los nuevos valores del toreo. Tras la crisis económica del año 2009 y de la posterior pandemia del coronavirus, 535 pueblos de larga tradición taurina han dejado de dar toros. Son muchas las causas de esta recesión taurina: los brumosos y costosos impedimentos burocráticos impuestos por las administraciones públicas, la oposición a la tauromaquia de nuevos políticos locales, que se traducen en la supresión de subvenciones derivadas hacia otros espectáculos, entre muchas otras. Pero lo más notable es que mientras la lidia ha decaído en ámbito rural, los festejos taurinos populares (centenarios y milenarios) han proliferado con más fuerza que nunca. ¿Se han preguntado por qué los taurinos del sistema? La respuesta merece un capítulo aparte que abordaremos otro día.

Y la tercera (por el momento), aceptar sumisamente la expulsión de la tauromaquia de los medios de comunicación de masas (las televisiones), el desplazamiento, en el mejor de los casos, de la información taurina en la radio a la madrugada o la fragmentaria y parcial información en la prensa escrita, es el conformismo más asombroso que se ha dado en el mundo de la comunicación. ¿Se ha preguntado el sector por qué se ha llegado a este extremo, cuáles son las causas imputables a la propia Fiesta y cómo ha hecho frente a la campaña destructiva de un animalismo tan falaz como como eficaz, pues ha convencido a los medios con su discurso? A todas estas cuestiones, el sector taurino ha dado la callada por respuesta.

La pandemia de la covid-19 ha paralizado la fiesta de toros durante dos años, pero ha forzado a repensar la tauromaquia, cuyo sector se compone de asociaciones gremiales que, lógicamente, practican el gremialismo más radical, y ha señalado un gran vacío institucional: el órgano (llámese como se quiera, Federación o Consejo Superior de Taurmaquia) que estudie, planifique y rija los destinos de una Fiesta que debe entrar, ya, en el siglo XXI.

Miguel de las Peñas.

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